1. RESUMEN:
Los adelantos de la industria y de las artes, que caminan por nuevos derroteros; el cambio operado en
las relaciones mutuas entre patronos y obreros; la acumulación de las riquezas en manos de unos pocos y la pobreza de la inmensa mayoría; la mayor confianza de los obreros en sí mismos y la más estrecha cohesión entre ellos, juntamente con la relajación de la moral, han determinado el planteamiento de la contienda.
Es difícil realmente determinar los derechos y deberes dentro de los cuales hayan de mantenerse los ricos y los proletarios, los que aportan el capital y los que ponen el trabajo. Es discusión peligrosa, porque de ella se sirven con frecuencia hombres turbulentos y astutos para torcer el juicio de la verdad y para incitar sediciosamente a las turbas.
Para solucionar este mal, los socialistas, atizando el odio de los indigentes contra los ricos, tratan de
acabar con la propiedad privada de los bienes, estimando mejor que, en su lugar, todos los bienes sean comunes y administrados por las personas que rigen el municipio o gobiernan la nación. Creen que con este traslado de los bienes de los particulares a la comunidad, distribuyendo por igual las riquezas y el bienestar entre todos los ciudadanos, se podría curar el mal presente. Pero esta medida es tan inadecuada para resolver la contienda, que incluso llega a perjudicar a las propias clases obreras; y es, además, sumamente injusta, pues ejerce violencia contra los legítimos poseedores, altera la misión de la república y agita fundamentalmente a las naciones.
Sin duda alguna, como es fácil de ver, la razón misma del trabajo que aportan los que se ocupan en
algún oficio lucrativo y el fin primordial que busca el obrero es procurarse algo para sí y poseer con propio derecho una cosa como suya. Si, por consiguiente, presta sus fuerzas o su habilidad a otro, lo hará por esta razón: para conseguir lo necesario para la comida y el vestido; y por ello, merced al trabajo aportado, adquiere un verdadero y perfecto derecho no sólo a exigir el salario, sino también para emplearlo a su gusto.
La familia tiene derechos por lo menos iguales que la sociedad civil
para elegir y aplicar los medios necesarios en orden a su incolumidad y justa
libertad. los ciudadanos, las familias, hechos partícipes de la convivencia y
sociedad humanas, encontraran en los poderes públicos perjuicio en vez de
ayuda, la sociedad sería, más que deseable, digna de repulsa.
10. Si una familia se encontrara
eventualmente en una situación de extrema angustia y carente en absoluto de
medios para salir de por sí de tal agobio, los poderes públicos la socorran con
medios extraordinarios, porque cada familia es una parte de la sociedad. Si
dentro del hogar se produjera una alteración grave de los derechos mutuos, la
potestad civil deberá amparar el derecho de cada uno; esto no sería apropiarse
los derechos de los ciudadanos, sino protegerlos y afianzarlos con una justa y
debida tutela. Es tal la patria potestad, que no puede ser ni extinguida ni
absorbida por el poder público, pues que tiene idéntico y común principio con
la vida misma de los hombres. Los hijos son algo del padre y como una cierta
ampliación de la persona paterna, y, si hemos de hablar con propiedad, no
entran a formar parte de la sociedad civil sino a través de la comunidad
doméstica en la que han nacido.
De ahí que cuando los socialistas, pretiriendo en absoluto la providencia
de los padres, hacen intervenir a los poderes públicos, obran contra la
justicia natural y destruyen la organización familiar. Por lo tanto, cuando se
plantea el problema de mejorar la condición de las clases inferiores, se ha de
tener como fundamental el principio de que la propiedad privada ha de
conservarse inviolable. Sentado lo cual, explicaremos dónde debe buscarse el
remedio que conviene.
Confiadamente y con pleno derecho nuestro, atacamos la cuestión, por
cuanto se trata de un problema cuya solución aceptable sería verdaderamente
nula si no se buscara bajo los auspicios de la religión y de la Iglesia.
queremos decir de los gobernantes, de los señores y ricos, y, finalmente, de
los mismos por quienes se lucha, de los proletarios; pero afirmamos, sin temor
a equivocarnos, que serán inútiles y vanos los intentos de los hombres si se da
de lado a la Iglesia.
En efecto, es la Iglesia la que
saca del Evangelio las enseñanzas en virtud de las cuales se puede resolver por
completo el conflicto, ella es la que trata no sólo de instruir la
inteligencia, sino también de encauzar la vida y las costumbres de cada uno con
sus preceptos; ella la que mejora la situación de los proletarios con muchas
utilísimas instituciones; ella la que quiere y desea ardientemente que los
pensamientos y las fuerzas de todos los órdenes sociales se alíen con la
finalidad de mirar por el bien de la causa obrera de la mejor manera posible, y
estima que a tal fin deben orientarse, si bien con justicia y moderación, las
mismas leyes y la autoridad del Estado.
13. En primer lugar, que debe ser respetada la condición humana, que no
se puede igualar en la sociedad civil lo alto con lo bajo. Y hay por naturaleza
entre los hombres muchas y grandes diferencias; no son iguales los talentos de
todos, no la habilidad, ni la salud, ni lo son las fuerzas; y de la inevitable
diferencia de estas cosas brota espontáneamente la diferencia de fortuna. Y por
lo que hace al trabajo corporal, aun en el mismo estado de inocencia, más lo
que entonces hubiera deseado libremente la voluntad para deleite del espíritu,
tuvo que soportarlo después necesariamente, y no sin molestias, para expiación
de su pecado: «Maldita la tierra en tu trabajo; comerás de ellas entre fatigas todos
los días de tu vida». Y de igual modo, el fin de las demás adversidades no se
dará en la tierra, porque los males consiguientes al pecado son ásperos, duros y
difíciles de soportar y es preciso que acompañen al hombre hasta el último
instante de su vida. Así, pues, sufrir y padecer es cosa humana, y para los
hombres que lo experimenten todo y lo intenten todo, no habrá fuerza ni ingenio
capaz de desterrar por completo estas incomodidades de la sociedad humana. Si
prometen a las clases humildes una vida exenta de dolor y de calamidades, llena
de constantes placeres, ésos engañan indudablemente al pueblo y cometen un
fraude que tarde o temprano acabará produciendo males mayores que los
presentes. Lo mejor que puede hacerse es ver las cosas humanas como son y
buscar al mismo tiempo por otros medios, según hemos dicho, el oportuno alivio
de los males.
14. Es mal capital, en la cuestión que estamos tratando, suponer que una
clase social sea espontáneamente enemiga de la otra, como si la naturaleza
hubiera dispuesto a los ricos y a los pobres para combatirse mutuamente en un
perpetuo duelo. De donde surge aquella proporcionada disposición que justamente
podría se llamar armonía, así ha dispuesto la naturaleza que, en la sociedad
humana. Ambas clases se necesitan en absoluto: ni el capital puede subsistir
sin el trabajo, ni el trabajo sin el capital.
15. Toda la doctrina de la religión cristiana, de la cual es intérprete y
custodio la Iglesia, puede grandemente arreglar entre sí y unir a los ricos con
los proletarios, es decir, llamando a ambas clases al cumplimiento de sus
deberes respectivos y, ante todo, a los deberes de justicia.
De esos deberes, los que
corresponden a y fielmente lo que por propia libertad y con arreglo a justilos
proletarios y obreros son: fielmente lo que proporciona libertad y arreglo de
justicia se haya estipulado en el trabajo; no dañar en modo alguno al capital;
no ofender a la persona de los patronos; abstenerse de toda violencia al
defender sus derechos y no promover sediciones, lo que lleva consigo
arrepentimientos estériles y las consiguientes pérdidas de fortuna.
Y éstos, los deberes de los ricos y patronos: no considerar a los obreros
como esclavos; respetar en ellos. Que lo realmente vergonzoso e inhumano es
abusar de los hombres como de cosas de lucro y no estimarlos en más que cuanto
sus nervios y músculos pueden dar de sí, no exponer al hombre a los halagos de
la corrupción y a las ocasiones de pecar. Tampoco debe imponérseles más trabajo
del que puedan soportar sus fuerzas, ni de una clase que no esté conforme con
su edad y su sexo. Pero entre los primordiales deberes de los patronos se
destaca el de dar a cada uno lo que sea justo.
Cierto es que para
establecer la medida del salario con justicia hay que considerar muchas
razones; pero, generalmente, tengan presente los ricos y los patronos que
oprimir para su lucro a los necesitados y defraudar a alguien en el salario
debido es un gran crimen. Por último, han de evitar cuidadosamente los ricos
perjudicar en lo más mínimo los intereses de los proletarios ni con violencias,
ni con engaños, ni con artilugios usurarios; por eso mismo, mientras más débil
sea su economía, tanto más debe considerarse sagrada.
16. Iglesia, con Cristo
por maestro y guía, persigue una meta más alta: o sea, preceptuando algo más
perfecto, trata de unir una clase con la otra por la aproximación y la amistad.
Dios no creó al hombre para estas cosas frágiles y perecederas, sino para
las celestiales y eternas, dándonos la tierra como lugar de exilio y no de
residencia permanente. Y, ya nades en la abundancia, ya carezcas de riquezas y
de todo lo demás que llamamos bienes, nada importa eso para la felicidad
eterna; lo verdaderamente importante es el modo como se usa de ellos.
17. Quedan avisados los
ricos de que las riquezas no aportan consigo la exención del dolor,
ni
aprovechan nada para la felicidad eterna, sino que más bien la obstaculizan[7];
de que deben imponer temor a los ricos las tremendas amenazas de Jesucristo[8] y
de que pronto o tarde se habrá de dar cuenta severísima al divino juez del uso
de las riquezas.El fundamento de dicha
doctrina consiste en distinguir entre la recta posesión del dinero y el recto
uso del mismo. Poseer bienes en privado, según hemos dicho poco antes, es
derecho natural del hombre, y usar de este derecho, sobre todo en la sociedad
de la vida, no sólo es lícito, sino incluso necesario en absoluto.
Y si se pregunta cuál es
necesario que sea el uso de los bienes, la Iglesia responderá sin vacilación
alguna: «En cuanto a esto, el hombre no debe considerar las cosas externas como
propias, sino como comunes; es decir, de modo que las comparta fácilmente con
otros en sus necesidades.
A nadie se manda socorrer a los demás con lo necesario para sus usos
personales o de los suyos; ni siquiera a dar a otro lo que él mismo necesita
para conservar lo que convenga a la persona, a su decoro: «Nadie debe vivir de
una manera inconveniente»[11].
Pero cuando se ha atendido suficientemente a la necesidad y al decoro, es un
deber socorrer a los indigentes con lo que sobra. «Lo que sobra, dalo de
limosna»[12].
No son éstos, sin embargo, deberes de justicia, salvo en los casos de necesidad
extrema, sino de caridad cristiana, la cual, ciertamente, no hay derecho de
exigirla por la ley.La Iglesia
manifiesta que la pobreza no es considerada como una deshonra ante el juicio de
Dios.La verdadera dignidad y
excelencia del hombre radica en lo moral, es decir, en la virtud; que la virtud
es patrimonio común de todos los mortales.
Los dones de la gracia
divina pertenecen en común y generalmente a todo el linaje humano.
La iglesia está dedicada
por entero a instruir y enseñar a los hombres su doctrina.
Las virtudes cristianas
aportan una parte de la prosperidad a las cosas externas, en cuanto que
aproximan a Dios.
Lo que contribuye a la
prosperidad de las naciones es la probidad de las costumbres, la recta y
ordenada constitución de las familias, la observancia de la religión.
En esto son todos los hombres iguales, y
nada hay que determine diferencias entre los ricos y los pobres, entre los
señores y los operarios, entre los gobernantes y los particulares, pues uno
mismo es el Señor todos. A nadie le está permitido violar impunemente la
dignidad humana, de la que Dios mismo dispone con gran reverencia; ni ponerle
trabas en la marcha hacia su perfeccionamiento, que lleva a la sempiterna vida
de los cielos. Más aún, ni siquiera por voluntad propia puede el hombre ser
tratado, en este orden, de una manera inconveniente o someterse a una
esclavitud de alma pues no se trata de derechos de que el hombre tenga pleno
dominio, sino de deberes para con Dios, y que deben ser guardados puntualmente.
·
Como todo en la naturaleza del
hombre, su eficiencia se halla circunscrita a determinados límites, más allá de
los cuales no se puede pasar. Cierto que se agudiza con el ejercicio y la
práctica, pero siempre a condición de que el trabajo se interrumpa de cuando en
cuando y se dé lugar al descanso, la dureza del trabajo de los que se ocupan
ensacar piedras en las canteras o en minas de hierro, cobre y otras cosas de
esta índole, ha de ser compensada con la brevedad de la duración, pues requiere
mucho más esfuerzo que otros y es peligroso para la salud.
·
Trabajar es ocuparse en hacer algo
con el objeto de adquirir las cosas necesarias para los usos diversos de la
vida y, sobre todo, para la propia conservación: «Te ganarás el pan con el
sudor de tu frente».
·
El derecho de poseer bienes en
privado no ha sido dado por la ley, sino por la naturaleza, y, por tanto, la
autoridad pública no puede abolirlo, sino solamente moderar su uso y
compaginarlo con el bien común.
·
Recordamos aquí las
diversas corporaciones, congregaciones y órdenes religiosas instituidas por la
autoridad de la Iglesia y la piadosa voluntad de los fieles; la historia habla
muy alto de los grandes beneficios que reportaron siempre a la humanidad
sociedades de esta índole, al juicio de la sola razón, puesto que, instituidas
con una finalidad honesta, es evidente que se han constituido conforme a
derecho natural y que en lo que tienen de religión están sometidas
exclusivamente a la potestad de la Iglesia. Por consiguiente, las autoridades
civiles no pueden arrogarse ningún derecho sobre ellas ni pueden en justicia
alzarse con la administración de las mismas; antes bien, el Estado tiene el
deber de respetarlas, conservarlas y, si se diera el caso defenderlo de toda
injuria.
2. INFOGRAFIA
3. POEMA:
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