1. RESUMEN:
BLOQUE DE APRENDIZAJE ENCILICAS
Venerables hermanos y queridos hijos
La encíclica Rerum Novarum tiene de peculiar entre todas las demás el haber dado al género humano, en el momento de máxima oportunidad e incluso de necesidad, normas las más seguras para resolver adecuadamente ese difícil problema de humana convivencia que se conoce bajo el nombre de «cuestión social».
Ocasión
A
finales del siglo XIX, el planteamiento de un nuevo sistema económico y el
desarrollo de la industria habían llegado en la mayor parte de las naciones al
punto de que se viera a la sociedad humana cada vez más dividida en dos clases:
Soportaban
fácilmente la situación, desde luego, quienes, abundando en riquezas, juzgaban
que una tal situación venía impuesta por leyes necesarias de la economía y
pretendían, por lo mismo, que todo afán por aliviar las miserias debía
confiarse exclusivamente a la caridad, cual si la caridad estuviera en el deber
de encubrir una violación de la justicia, no sólo tolerada, sino incluso
sancionada a veces por los legisladores.
Los
obreros, en cambio, afligidos por una más dura suerte, soportaban esto con suma
dificultad y se resistían a vivir por más tiempo sometidos a un tan pesado yugo,
recurriendo unos, arrebatados por el ardor de los malos consejos, al desorden y
aferrándose otros, a quienes su formación cristiana apartaba de tan perversos
intentos, a la idea de que había muchos puntos en esta materia que estaban
pidiendo una reforma profunda y urgente.
Puntos capitales
La
admirable doctrina que hizo siempre célebre la encíclica Rerum Novarum. En
ella, el óptimo Pastor, doliéndose de que una parte tan grande de los hombres
"se debatiera inmerecidamente en una situación miserable y calamitosa",
tomó a su cargo personalmente, con toda valentía, la causa de los obreros, a
quienes "el tiempo fue insensiblemente entregando, aislados e indefensos,
a la inhumanidad de los empresarios y a la desenfrenada codicia de los
competidores"
Fundado
exclusivamente en los inmutables principios derivados de la recta razón y del
tesoro de la revelación divina, indicó y proclamó con toda firmeza y "como
teniendo potestad", "los
derechos y deberes a que han de atenerse los ricos y los proletarios, los que
aportan el capital y los que ponen el trabajo"
Pero
sobre todo recibieron con júbilo esta encíclica los trabajadores cristianos,
que se sintieron reivindicados y defendidos por la suprema autoridad sobre la
tierra, e igualmente aquellos generosos varones que, dedicados ya de mucho
tiempo a aliviar la condición de los trabajadores, apenas habían logrado hasta
la fecha otra cosas que indiferencia en muchos y odiosas sospechas en la mayor
parte, cuando no una abierta hostilidad. Con razón, por consiguiente, todos
ellos han distinguido siempre con tantos honores esta encíclica, celebrándose
en todas partes el aniversario de su aparición con diversas manifestaciones de
gratitud, según los diversos lugares.
Finalidad de esta encíclica
Se ha considerado
oportuno, venerables hermanos y amados hijos, puesto que todos por doquiera, y
especialmente los obreros católicos, que desde todas partes se reúnen en esta
ciudad santa de Roma, conmemoran con tanto fervor de alma y tanta solemnidad el
cuadragésimo aniversario de la encíclica Rerum Novarum, aprovechar esta ocasión
para recordar los grandes bienes que de ella se han seguido, tanto para la
Iglesia católica como para toda la sociedad humana.
Defender
de ciertas dudas la doctrina de un tan gran maestro en materia social y
económica, desarrollando más algunos puntos de la misma, y, finalmente, tras un
cuidadoso examen de la economía contemporánea y del socialismo, descubrir la
raíz del presente desorden social y mostrar el mismo tiempo el único camino de
restauración salvadora, es decir, la reforma cristiana de las costumbres. Todo
esto que nos proponemos tratar comprenderá tres capítulos, cuyo desarrollo
ocupará por entero la presente encíclica.
Beneficios de la encíclica " Rerum Novarum”
Comenzando
por lo que hemos propuesto tratar en primer término, fieles al consejo de San
Ambrosio, según el cual "ningún deber mayor que el agradecimiento",
no podemos menos de dar las más fervorosas gracias a Dios omnipotente por los
inmensos beneficios que de la encíclica León XIII se han seguido para la
Iglesia y para la sociedad humana.
Labor del Estado
Lo
mismo a los individuos que a las familias debe permitírseles una justa libertad
de acción, pero quedando siempre a salvo el bien común y sin que se produzca
injuria para nadie. A los gobernantes de la nación compete la defensa de la
comunidad y de sus miembros, pero en la protección de esos derechos de los
particulares deberá sobre todo velarse por los débiles y los necesitados.
De
esta labor ininterrumpida e incansable surgió una nueva y con anterioridad
totalmente desconocida rama del derecho, que con toda firmeza defiende los
sagrados derechos de los trabajadores, derechos emanados de su dignidad de
hombres y de cristianos: el alma, la salud, el vigor, la familia, la casa, el
lugar de trabajo, finalmente, a la condición de los asalariados, toman bajo su
protección estas leyes y, sobre todo, cuanto atañe a las mujeres y a los niños.
Labor de las partes interesadas
Enseñanzas
publicadas muy oportunamente, pues en aquel tiempo los encargados de regir los
destinos públicos de muchas naciones, totalmente adictos al liberalismo, no
prestaban apoyo a tales asociaciones, sino que más bien eran opuestos a ellas
y, reconociendo sin dificultades asociaciones similares de otras clases de
personas, patrocinándolas incluso, denegaban a los trabajadores, con evidente
injusticia, el derecho natural de asociarse, siendo ellos los que más lo
necesitaban para defenderse de los abusos de los poderosos; y no faltaban aun
entre los mismos católicos quienes miraran con recelo este afán de los obreros
por constituir tales asociaciones, como si éstas estuvieran resabiadas de
socialismo y sedición.
Asociaciones de obreros
Asociaciones
de esta índole han formado trabajadores verdaderamente cristianos, que, uniendo
amigablemente el diligente ejercicio de su oficio con los saludables preceptos
religiosos, fueran capaces de defender eficaz y decididamente sus propios
asuntos temporales y derechos, con el debido respeto a la justicia y el sincero
anhelo de colaborar con otras clases de asociaciones en la total renovación de
la vida cristiana.
Asociaciones de otros tipos
Lo
que tan sabiamente enseñó y tan valientemente defendió León XIII sobre el
derecho natural de asociación, comenzó a aplicarse fácilmente a otras
asociaciones, no ya sólo a los obreros; por ello debe atribuirse igualmente a
la encíclica de León XIII un no pequeño influjo en el hecho de que aun entre
los agricultores y otras gentes de condición media hayan florecido tanto y
prosperen de día en día unas tan ventajosas asociaciones de esta índole y otras
instituciones de este género, en que felizmente se hermana el beneficio
económico con el cuidado de las almas.
Del dominio o derecho de propiedad
Comenzamos
por el dominio o derecho de propiedad. Bien sabéis, venerables hermanos y
amados hijos, que nuestro predecesor, de feliz recordación, defendió con toda
firmeza el derecho de propiedad contra los errores de los socialistas de su
tiempo, demostrando que la supresión de la propiedad privada, lejos de redundar
en beneficio de la clase trabajadora, constituiría su más completa ruina contra
los proletarios, lo que constituye la más atroz de las injusticias, y, además,
los católicos no se hallan de acuerdo en torno al auténtico pensamiento de León
XIII, hemos estimado necesario no sólo refutar las calumnias contra su
doctrina, que es la de la Iglesia en esta materia, sino también defenderla de
falsas 12 interpretaciones.
Atribuciones del Estado
La
autoridad pública puede decretar puntualmente, examinada la verdadera necesidad
el bien común y teniendo siempre presente la ley tanto natural como divina, qué
es lícito y qué no a los poseedores en el uso de sus bienes. El propio León
XIII había enseñado sabiamente que "Dios dejó la delimitación de las
posesiones privadas a la industria de los individuos y a las instituciones de los
pueblos".
Por
ello, el sapientísimo Pontífice declaró ilícito que el Estado gravara la
propiedad privada con exceso de tributos e impuestos. Pues "el derecho de
poseer bienes en privado no ha sido dado por la ley, sino por la naturaleza, y,
por tanto, la autoridad pública no puede abolirlo, sino solamente moderar su
uso y compaginarlo con el bien común"
Ahora
bien, partiendo de los principios del Doctor Angélico, Nos colegimos que el
empleo de grandes capitales para dar más amplias facilidades al trabajo
asalariado, siempre que este trabajo se destine a la producción de bienes
verdaderamente útiles, debe considerarse como la obra más digna de la virtud de
la liberalidad y sumamente apropiada a las necesidades de los tiempos.
Injustas pretensiones del capital
Durante
mucho tiempo, en efecto, las riquezas o "capital" se atribuyeron
demasiado a sí mismos. El capital reivindicaba para sí todo el rendimiento, la
totalidad del producto, dejando al trabajador apenas lo necesario para reparar
y restituir sus fuerzas.
El salario justo
Mas
no podrá tener efectividad si los obreros no llegan a formar con diligencia y
ahorro su pequeño patrimonio, como ya hemos indicado, insistiendo en las
consignas de nuestro predecesor.
Tres puntos que se deben considerar
De
este doble carácter, implicado en la naturaleza misma del trabajo humano, se
siguen consecuencias de la mayor gravedad, que deben regular y determinar el
salario.
Sustento del obrero y de su familia
El
trabajador hay que fijarle una remuneración que alcance a cubrir el sustento
suyo y el de su familia. Es justo, desde luego, que el resto de la familia
contribuya también al sostenimiento común de todos, como puede verse
especialmente en las familias de campesinos, así como también en las de muchos
artesanos y pequeños comerciantes; pero no es justo abusar de la edad infantil
y de la debilidad de la mujer.
Necesidad del bien común
La
cuantía del salario debe acomodarse al bien público económico. Ya hemos
indicado lo importante que es para el bien común que los obreros y empleados
apartando algo de su sueldo, una vez cubiertas sus necesidades, lleguen a
reunir un pequeño patrimonio; pero hay otro punto de no menor importancia y en
nuestros tiempos sumamente necesario, o sea, que se dé oportunidad de trabajar
a quienes pueden y quieren hacerlo.
Mutua colaboración de las "profesiones"
Tanto
el Estado cuanto todo buen ciudadano deben tratar y tender especialmente a que,
superada la pugna entre las "clases" opuestas, se fomente y prospere
la colaboración entre las diversas "profesiones".
En
cambio, en los negocios relativos al especial cuidado y tutela de los
peculiares intereses de los patronos y de los obreros, si se presentara el
caso, unos y otros podrán deliberar o resolver por separado, según convenga.
Restauración del principio rector de la economía
Igual
que la unidad del cuerpo social no puede basarse en la lucha de
"clases", tampoco el recto orden económico puede dejarse a la libre
concurrencia de las fuerzas.
Es
de todo punto necesario, por consiguiente, que la economía se atenga y someta
de nuevo a un verdadero y eficaz principio rector. Y mucho menos aún pueda desempeñar
esta función la dictadura económica, que hace poco ha sustituido a la libre
concurrencia, pues tratándose de una fuerza impetuosa y de una enorme potencia,
para ser provechosa a los hombres tiene que ser frenada poderosamente y regirse
con gran sabiduría, y no puede ni frenarse ni regirse por sí misma.
La
propia potestad civil constituye al sindicato en persona jurídica, de tal
manera, que al mismo tiempo le otorga cierto privilegio de monopolio, puesto
que sólo el sindicato, aprobado como tal, puede representar (según la especie
de sindicato) los derechos de los obreros o de los patronos, y sólo él
estipular las condiciones sobre la conducción y locación de mano de obra, así
como garantizar los llamados contratos de trabajo.
Queda,
pues, una vez llamados de nuevo a juicio tanto el actual régimen económico
cuanto el socialismo, su acérrimo acusador, y dictado acerca de ellos una clara
y justa sentencia, por investigar profundamente cuál sea la raíz de tantos
males y por indicar que el primero y más necesario remedio consiste en la
reforma de las costumbres.
En la economía
En
primer lugar, está a los ojos de todos que la estructura de la economía ha
sufrido una transformación profunda. Sabéis, venerables hermanos y amados
hijos, que nuestro predecesor, de feliz recordación, se refirió especialmente
en su encíclica a ese tipo de economía en que se procede poniendo unos el
capital y otros el trabajo, cual lo definía él mismo sirviéndose de una frase
feliz: "Ni el capital puede subsistir sin el trabajo, ni el trabajo sin el
capital".
ORDENACIÓN DE LAS RELACIONES INTERNACIONALES
Las relaciones internacionales deben regirse por la ley moral
Nos complace confirmar ahora con nuestra
autoridad las enseñanzas que sobre el Estado expusieron repetidas veces
nuestros predecesores, esto es, que las naciones son sujetos de derechos y
deberes mutuos y, por consiguiente, sus relaciones deben regularse por las
normas de la verdad, la justicia, la activa solidaridad y la libertad. Porque
la misma ley natural que rige las relaciones de convivencia entre los
ciudadanos debe regular también las relaciones mutuas entre las comunidades
políticas.
Las
relaciones internacionales deben regirse por la verdad
Hay que establecer como primer principio que
las relaciones internacionales deben regirse por la verdad. Ahora bien, la
verdad exige que en estas relaciones se evite toda discriminación racial y que,
por consiguiente, se reconozca como principio sagrado e inmutable que todas las
comunidades políticas son iguales en dignidad natural. De donde se sigue que
cada una de ellas tiene derecho a la existencia, al propio desarrollo, a los
medios necesarios para este desarrollo y a ser, finalmente, la primera
responsable en procurar y alcanzar todo lo anterior; de igual manera, cada
nación tiene también el derecho a la buena fama y a que se le rindan los
debidos honores.
Las
relaciones internacionales deben regirse por la justicia
Segundo principio: las relaciones
internacionales deben regularse por las normas de la justicia, lo cual exige
dos cosas: el reconocimiento de los mutuos derechos y el cumplimiento de los
respectivos deberes.
Y como las comunidades políticas tienen derecho
a la existencia, al propio desarrollo, a obtener todos los medios necesarios
para su aprovechamiento, a ser los protagonistas de esta tarea y a defender su
buena reputación y los honores que les son debidos, de todo ello se sigue que
las comunidades políticas tienen igualmente el deber de asegurar de modo eficaz
tales derechos y de evitar cuanto pueda lesionarlos. Así como en las relaciones
privadas los hombres no pueden buscar sus propios intereses con daño injusto de
los ajenos, de la misma manera, las comunidades políticas no pueden, sin
incurrir en delito, procurarse un aumento de riquezas que constituya injuria u
opresión injusta de las demás naciones.
Las
relaciones internacionales deben regirse por el principio de la solidaridad
activa
Como las relaciones internacionales deben
regirse por las normas de la verdad y de la justicia, por ello han de
incrementarse por medio de una activa solidaridad física y espiritual. Esta
puede lograrse mediante múltiples formas de asociación, como ocurre en nuestra
época, no sin éxito, en lo que atañe a la economía, la vida social y política,
la cultura, la salud y el deporte. En este punto es necesario tener a la vista
que la autoridad pública, por su propia naturaleza, no se ha establecido para
recluir forzosamente al ciudadano dentro de los límites geográficos de la
propia nación, sino para asegurar ante todo el bien común, el cual no puede
ciertamente separarse del bien propio de toda la familia humana.
Las
relaciones internacionales deben regirse por la libertad
Hay que indicar otro principio: el de que las
relaciones internacionales deben ordenarse según una norma de libertad. El
sentido de este principio es que ninguna nación tiene derecho a oprimir
injustamente a otras o a interponerse de forma indebida en sus asuntos. Por el
contrario, es indispensable que todas presten ayuda a las demás, a fin de que
estas últimas adquieran una conciencia cada vez mayor de sus propios deberes,
acometan nuevas y útiles empresas y actúen como protagonistas de su propio
desarrollo en todos los sectores.
Convicciones
y esperanzas de la hora actual
Se ha ido generalizando cada vez más en
nuestros tiempos la profunda convicción de que las diferencias que
eventualmente surjan entre los pueblos deben resolverse no con las armas, sino
por medio de negociaciones y convenios.
Esta convicción, hay que confesarlo, nace, en
la mayor parte de los casos, de la terrible potencia destructora que los
actuales armamentos poseen y del temor a las horribles calamidades y ruinas que
tales armamentos acarrearían. Por esto, en nuestra época, que se jacta de
poseer la energía atómica, resulta un absurdo sostener que la guerra es un
medio apto para resarcir el derecho violado.
Sin embargo, vemos, por desgracia, muchas veces
cómo los pueblos se ven sometidos al temor como a ley suprema, e invierten, por
lo mismo, grandes presupuestos en gastos militares. Justifican este proceder -y
no hay motivo para ponerlo en duda- diciendo que no es el propósito de atacar
el que los impulsa, sino el de disuadir a los demás de cualquier ataque.
ORDENACIÓN
DE LAS RELACIONES MUNDIALES
La
interdependencia de los Estados en lo social, político y económico
Los recientes progresos de la ciencia y de la
técnica, que han logrado repercusión tan profunda en la vida humana, estimulan
a los hombres, en todo el mundo, a unir cada vez más sus actividades y
asociarse entre sí. Hoy día ha experimentado extraordinario aumento el
intercambio de productos, ideas y poblaciones. Por esto se han multiplicado
sobremanera las relaciones entre los individuos, las familias y las
asociaciones intermedias de las distintas naciones, y se han aumentado también
los contactos entre los gobernantes de los diversos países. Al mismo tiempo se
ha acentuado la interdependencia entre las múltiples economías nacionales; los
sistemas económicos de los pueblos se van cohesionando gradualmente entre sí,
hasta el punto de quede todos ellos resulta una especie de economía universal;
en fin, el progreso social, el orden, la seguridad y la tranquilidad de
cualquier Estado guardan necesariamente estrecha relación con los de
los demás.
La autoridad
política es hoy insuficiente para lograr el bien común universal
Ninguna época podrá borrar la unidad social de
los hombres, puesto que consta de individuos que poseen con igual derecho una
misma dignidad natural. Por esta causa, será siempre necesario, por imperativos
de la misma naturaleza, atender debidamente al bien universal, es decir, al que
afecta a toda la familia humana.
En otro tiempo, los jefes de los Estados
pudieron, al parecer, velar suficientemente por el bien común universal; para
ello se valían del sistema de las embajadas, las reuniones y conversaciones de
sus políticos más eminentes, los pactos y convenios internacionales. En una
palabra, usaban los métodos y procedimientos que señalaban el derecho natural,
el derecho de gentes o el derecho internacional común.
La
autoridad mundial debe proteger los derechos de la persona humana
Así como no se puede juzgar del bien común de
una nación sin tener en cuenta la persona humana, lo mismo debe decirse del
bien común general; por lo que la autoridad pública mundial ha de tender
principalmente a que los derechos de la persona humana se reconozcan, se tengan
en el debido honor, se conserven incólumes y se aumenten en realidad. Esta
protección de los derechos del hombre puede realizarla o la propia autoridad mundial
por sí misma, si la realidad lo permite, o bien creando en todo el mundo un
ambiente dentro del cual los gobernantes de los distintos países puedan cumplir
sus funciones con mayor facilidad.
NORMAS PARA
LA ACCIÓN TEMPORAL DEL CRISTIANO
Presencia
activa en todos los campos
Al llegar aquí exhortamos de nuevo a nuestros
hijos a participar activamente en la vida pública y colaborar en el progreso
del bien común de todo el género humano y de su propia nación.
Cultura, técnica y experiencia
Sin embargo, para imbuir la vida pública de un
país con rectas normas y principios cristianos, no basta que nuestros hijos
gocen de la luz sobrenatural de la fe y se muevan por el deseo de promover el
bien; se requiere, además, que penetren en las instituciones de la misma vida
pública y actúen con eficacia desde dentro de ellas.
Virtudes morales y valores del espíritu
Todas estas cualidades deben ser consideradas
insuficientes por completo para dar a las relaciones de la vida diaria un
sentido más humano, ya que este sentido requiere necesariamente como fundamento
la verdad; como medida, la justicia; como fuerza impulsora, la caridad, y como
hábito normal, la libertad.
Dinamismo
creciente en la acción temporal
Es ésta, sin embargo, ocasión oportuna para
hacer una advertencia acerca de las grandes dificultades que supone el
comprender correctamente las relaciones que existen entre los hechos humanos y
las exigencias de la justicia; esto es, la determinación exacta de las medidas
graduales y de las formas según las cuales deban aplicarse los principios
doctrinales y los criterios prácticos a la realidad presente de la convivencia
humana.
Llamamiento
a una tarea gloriosa y necesaria
Por tanto, entre las tareas más graves de los
hombres de espíritu generoso hay que incluir, sobre todo, la de establecer un
nuevo sistema de relaciones en la sociedad humana, bajo el magisterio y la
égida de la verdad, la justicia, la caridad y la libertad: primero, entre los
individuos; en segundo lugar, entre los ciudadanos y sus respectivos Estados;
tercero, entre los Estados entre sí, y, finalmente, entre los individuos,
familias, entidades intermedias y Estados particulares, de un lado, y de otro,
la comunidad mundial. Tarea sin duda gloriosa, porque con ella podrá
consolidarse la paz verdadera según el orden establecido por Dios.
Es
necesario orar por la paz
Las enseñanzas que hemos expuesto sobre los
problemas que en la actualidad preocupan tan profundamente a la humanidad, y
que tan estrecha conexión guardan con el progreso de la sociedad, nos las ha
dictado el profundo anhelo del que sabemos participan ardientemente todos los
hombres de buena voluntad; esto es, la consolidación de la paz en el mundo.
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