1. Resumen
Este documento nos habla de un humanismo
integral y solidario, aquí nos habla de varios puntos los cuales tratan de La
Iglesia, pueblo peregrino, se adentra en el tercer milenio de la era cristiana
guiada por Cristo, el gran Pastor, en esta
alba del tercer milenio, la Iglesia no se cansa de anunciar el Evangelio que
dona salvación y libertad auténtica también en las cosas temporales, recordando la solemne recomendación dirigida por San
Pablo a su discípulo Timoteo, a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, sus compañeros de viaje, la
Iglesia ofrece también su doctrina social. En
efecto, cuando la Iglesia « cumple su misión de anunciar el Evangelio, enseña
al hombre, en nombre de Cristo, su dignidad propia y su vocación a la comunión
de las personas, descubriéndose amado por Dios, el hombre comprende
la propia dignidad.
El amor tiene por delante un vasto trabajo al que la Iglesia quiere
contribuir también con su doctrina social, que concierne a todo el hombre y se
dirige a todos los hombres. Existen
muchos hermanos necesitados que esperan ayuda, muchos oprimidos que esperan
justicia, muchos desocupados que esperan trabajo, muchos pueblos que esperan
respeto, este documento pretende
presentar, de manera completa y sistemática, aunque sintética, la enseñanza
social, que es fruto de la sabia reflexión magisterial y expresión del
constante compromiso de la Iglesia, el primero de
los grandes desafíos, que la humanidad enfrenta hoy, es el de la verdad misma del
ser-hombre. El límite y la relación entre naturaleza, técnica y
moral son cuestiones que interpelan fuertemente la responsabilidad personal y
colectiva en relación a los comportamientos que se deben adoptar respecto a lo
que el hombre es, a lo que puede hacer y a lo que debe ser. Un segundo desafío
es el que presenta la comprensión
y la gestión del pluralismo y de las diferencias en todos los
ámbitos: de pensamiento, de opción moral, de cultura, de adhesión religiosa, de
filosofía del desarrollo humano y social. El tercer desafío es la globalización, que tiene un
significado más amplio y más profundo que el simplemente económico, porque en
la historia se ha abierto una nueva época, que atañe al destino de la
humanidad.
Nos dice
que La dimensión teológica se hace necesaria para interpretar y resolver los
actuales problemas de la convivencia humana, capítulo primero trata de el designio de
amor de dios para la humanidad, la acción liberadora de dios en la historia de Israel, a
cercanía gratuita de Dios Cualquier experiencia religiosa auténtica, en todas
las tradiciones culturales, comporta una intuición del Misterio que, no pocas
veces, logra captar algún rasgo del rostro de Dios. Dios
aparece, por una parte, como origen
de lo que es, como presencia que garantiza a los hombres, socialmente
organizados, las condiciones fundamentales de vida, poniendo a su disposición
los bienes necesarios, los diez
mandamientos, que constituyen un extraordinario camino de vida e indican las
condiciones más seguras para una existencia liberada de la esclavitud del
pecado, contienen una expresión privilegiada de la ley natural. « Nos
enseñan al mismo tiempo la verdadera humanidad del hombre. Ponen de relieve los
deberes esenciales y, por tanto indirectamente, los derechos fundamentales
inherentes a la naturaleza de la persona humana
El Principio de la creación
y acción gratuita de Dios, la reflexión profética y sapiencial alcanza la primera manifestación y
la fuente misma del proyecto de Dios sobre toda la humanidad, cuando llega a
formular el principio de la creación de todas las cosas por Dios, en el actuar gratuito de Dios Creador se expresa el sentido mismo de la
creación, aunque esté oscurecido y distorsionado por la experiencia del pecado. La narración del pecado de los orígenes en
efecto, describe la tentación permanente y, al mismo tiempo, la situación de
desorden en que la humanidad se encuentra tras la caída de nuestros primeros
padres. Desobedecer a Dios significa apartarse de su mirada de amor y querer
administrar por cuenta propia la existencia y el actuar en el mundo. La ruptura
de la relación de comunión con Dios provoca la ruptura de la unidad interior de
la persona humana, de la relación de comunión entre el hombre y la mujer y de
la relación armoniosa entre los hombres y las demás criaturas
Cumplimiento
del designio de amor del padre, en Jesucristo se cumple el
acontecimiento decisivo de la historia de Dios con los hombres La benevolencia
y la misericordia, que inspiran el actuar de Dios y ofrecen su clave de interpretación,
se vuelven tan cercanas al hombre que asumen los rasgos del hombre Jesús, el
Verbo hecho carne. En la
narración de Lucas, Jesús describe su ministerio mesiánico con las palabras de
Isaías que reclaman el significado profético del jubileo, el amor que anima el ministerio de Jesús entre los hombres es el que el
Hijo experimenta en la unión íntima con el Padre. El Nuevo Testamento nos permite penetrar en la
experiencia que Jesús mismo vive y comunica del amor de Dios su Padre y, por
tanto, en el corazón mismo de la vida divina.
La revelación del Amor
trinitario, el testimonio del Nuevo Testamento, con el asombro
siempre nuevo de quien ha quedado deslumbrado por el inefable amor de Dios
capta en la luz de la revelación plena del Amor trinitario ofrecida por la
Pascua de Jesucristo, el significado último de la Encarnación del Hijo y de su
misión entre los hombres, el Rostro de Dios, revelado progresivamente en la
historia de la salvación, resplandece plenamente en el Rostro de Jesucristo
Crucificado y Resucitado. Dios es Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo,
realmente distintos y realmente uno, porque son comunión infinita de amor, el
mandamiento del amor recíproco, que constituye la ley de vida del pueblo de
Dios, debe inspirar, purificar y elevar todas las
relaciones humanas en la vida social y política
La persona humana, en el designio de amor de dios, el Amor trinitario, origen y
meta de la persona humana, La revelación en Cristo del misterio de Dios como
Amor trinitario está unida a la revelación de la vocación de la persona humana
al amor. Esta revelación ilumina la dignidad y la libertad personal del hombre
y de la mujer y la intrínseca sociabilidad humana en toda su profundidad, las
páginas del primer libro de la Sagrada Escritura, que describen la creación del
hombre y de la mujer a imagen y semejanza de Dios, encierran una enseñanza fundamental acerca
de la identidad y la vocación de la persona humana. El libro del Génesis nos
propone algunos fundamentos de la antropología cristiana: la inalienable
dignidad de la persona humana, que tiene su raíz y su garantía en el designio
creador de Dios; la sociabilidad constitutiva del ser humano, que tiene su
prototipo en la relación originaria entre el hombre y la mujer, cuya unión « es
la expresión primera de la comunión de personas humanas
La
salvación cristiana para todos los hombres y de todo el hombre, La salvación que, por iniciativa de Dios Padre, se ofrece en Jesucristo
y se actualiza y difunde por obra del Espíritu Santo, es salvación para todos
los hombres y de todo el hombre: es salvación universal e integral, La
universalidad e integridad de la salvación ofrecida en Jesucristo, hacen
inseparable el nexo entre la relación que la persona está llamada a tener con
Dios y la responsabilidad frente al prójimo, en cada situación histórica
concreta. el discípulo de Cristo como
nueva criatura, La vida personal y social, así
como el actuar humano en el mundo están siempre asechados por el pecado, pero
Jesucristo, « padeciendo por nosotros, nos dio ejemplo para seguir sus pasos y,
además, abrió el camino, con cuyo seguimiento la vida y la muerte se santifican
y adquieren nuevo sentido, No es
posible amar al prójimo como a sí mismo y perseverar en esta actitud, sin la
firme y constante determinación de esforzarse por lograr el bien de todos y de
cada uno, porque todos somos verdaderamente responsables de todos.
La vida personal y social, así
como el actuar humano en el mundo, están siempre asechados por el
pecado, pero Jesucristo, padeciendo por nosotros, nos dio
ejemplo para seguir sus pasos y, además, abrió el camino, con cuyo seguimiento
la vida y la muerte se santifican y adquieren nuevo sentido. El discípulo
de Cristo se adhiere, en la fe y mediante los sacramentos, al misterio pascual
de Jesús, de modo que su hombre viejo, con sus malas inclinaciones,
está crucificado con Cristo, la
transformación interior de la persona humana, en su progresiva conformación con
Cristo, es el
presupuesto esencial de una renovación real de sus relaciones con las demás
personas, Es
preciso entonces apelar a las capacidades espirituales y morales de la persona
y a la exigencia permanente de su conversión
interior para obtener cambios sociales que estén realmente a
su servicio.
No es posible amar al prójimo como a sí mismo y perseverar en esta actitud, si bien la firme y constante determinación de esforzarse por lograr el bien de todos y de cada uno, es porque todos somos verdaderamente responsables de todos, en este camino es necesaria la gracia, que Dios ofrece al hombre para ayudarlo a superar sus fracasos, para arrancarlo de la espiral de la mentira y de la violencia, para sostenerlo y animarlo a volver a tejer, con renovada disponibilidad, una red de relaciones auténticas y sinceras con sus semejantes.
No existe conflictividad
entre Dios y el hombre, sino una relación de amor, según la enseñanza conciliar, quienes sienten u obran de modo distinto al
nuestro en materia social, política e incluso religiosa, deben ser también
objeto de nuestro respeto y amor. Cuanto más humana y caritativa sea nuestra
comprensión íntima de su manera de sentir, mayor será la facilidad para establecer
con ellos el diálogo, la
doctrina social tiene una destinación universal. La luz del Evangelio, que
la doctrina social reverbera en la sociedad, ilumina a todos los hombres, y
todas las conciencias e inteligencias están en condiciones de acoger la
profundidad humana de los significados y de los valores por ella expresados y
la carga de humanidad y de humanización de sus normas de acción, La doctrina
social de la Iglesia es una enseñanza
dirigida a todos los hombres de buena voluntad y es escuchada por
los miembros de otras Iglesias y Comunidades Eclesiales, por los seguidores de
otras tradiciones religiosas y por personas que no pertenecen a ningún grupo
religioso.
Bajo el signo de la continuidad y de la renovación, es Orientada por la luz
perenne del Evangelio y constantemente atenta a la evolución de la sociedad, la
doctrina social de la Iglesia se caracteriza por la continuidad y por la renovación se manifiesta ante todo
la continuidad de una enseñanza que se fundamenta en los valores
universales que derivan de la Revelación y de la naturaleza humana, por eso no depende de las
diversas culturas, de las diferentes ideologías, de las distintas
opiniones: es una enseñanza constante, que « se mantiene idéntica en
su inspiración de fondo, en sus “principios de reflexión”, en sus fundamentales
“directrices de acción”, sobre todo, en su unión vital con el Evangelio del
Señor, también tiene capacidad de
renovación continua. La firmeza en los principios no la convierte en un sistema
rígido de enseñanzas, es, más bien, un Magisterio en condiciones de abrirse a
las cosas nuevas, sin diluirse en ellas, se presenta como un taller
siempre abierto, en el que la verdad perenne penetra y permea la novedad
contingente, trazando caminos de justicia y de paz. La fe no pretende
aprisionar en un esquema cerrado la cambiante realidad socio-política. Más bien
es verdad lo contrario: la fe es fermento de novedad y creatividad. La
enseñanza que de ella continuamente surge se desarrolla por medio de la
reflexión madurada al contacto con situaciones cambiantes de este mundo, bajo
el impulso del Evangelio como fuente de renovación. El hombre, cuyo destino de salvación es su
razón de ser. La Iglesia es entre los hombres el icono viviente del Buen Pastor,
que busca y encuentra al hombre allí donde está, en la condición existencial e
histórica de su vida.
La doctrina social en nuestro tiempo apuntes
históricos, el comienzo de un nuevo camino
La locución doctrina social se
remonta a Pío XI 139 y designa el «corpus» doctrinal
relativo a temas de relevancia social que, a partir de la encíclica «Rerum
novarum» de León XIII, se ha desarrollado en la Iglesia a través del
Magisterio de los Romanos Pontífices y de los Obispos en comunión con ellos. La
solicitud social no ha tenido ciertamente inicio con ese documento, porque la
Iglesia no se ha desinteresado jamás de la sociedad; sin embargo, la
encíclica «Rerum novarum» da inicio a un nuevo camino: injertándose en una
tradición plurisecular, marca un nuevo inicio y un desarrollo sustancial de la
enseñanza en campo social, los eventos de naturaleza económica que se
produjeron en el siglo XIX tuvieron consecuencias sociales, políticas y
culturales devastadoras. Los acontecimientos vinculados a la revolución
industrial trastornaron estructuras sociales seculares, ocasionando graves
problemas de justicia y dando lugar a la primera gran cuestión social, la
cuestión obrera causada por el conflicto entre capital y trabajo. Ante un
cuadro semejante la Iglesia advirtió la necesidad de intervenir en modo nuevo:
las «res novae », constituidas por aquellos eventos, representaban un
desafío para su enseñanza y motivaban una especial solicitud pastoral
De la
«Rerum novarum» hasta nuestros días, la respuesta a la primera gran cuestión social, León
XIII promulga la primera encíclica social, la «Rerum novarum ».143 Esta
examina la condición de los trabajadores asalariados, especialmente penosa para
los obreros de la industria, afligidos por una indigna miseria.
La cuestión obrera es tratada de acuerdo con su amplitud real: es
estudiada en todas sus articulaciones sociales y políticas, para ser evaluada
adecuadamente a la luz de los principios doctrinales fundados en la Revelación,
en la ley y en la moral natural.
La «Rerum novarum»
afrontó la cuestión obrera con un método que se convertirá en un
paradigma permanente para el desarrollo sucesivo de la doctrina social.
Los principios afirmados por León XIII serán retomados y profundizados por las
encíclicas sociales sucesivas. Toda la doctrina social se podrá entender como
una actualización, una profundización y una expansión del núcleo originario de
los principios expuestos en la «Rerum novarum». el Papa León XIII
confirió a la Iglesia una especie de “carta de ciudadanía” respecto a las
realidades cambiantes de la vida pública y escribió unas palabras
decisivas, que se convirtieron en un elemento permanente de la doctrina
social de la Iglesia, afirmando que los graves problemas sociales podían
ser resueltos solamente mediante la colaboración entre todas las fuerzas.
A
comienzos de los años Treinta, de la grave crisis económica de 1929, Pío XI
publica la encíclica « Quadragesimo anno », para conmemorar los
cuarenta años de la Rerum novarum. El Papa relee el pasado a la luz de una situación
económico-social en la que a la industrialización se había unido la expansión
del poder de los grupos financieros, en ámbito nacional e internacional. Era el
período posbélico, en el que estaban afirmándose en Europa los regímenes
totalitarios, mientras se exasperaba la lucha de clases. La Encíclica advierte
la falta de respeto a la libertad de asociación y confirma los principios de
solidaridad y de colaboración para superar las antinomias sociales. Las
relaciones entre capital y trabajo deben estar bajo el signo de la cooperación.
La
« Quadragesimo anno » confirma el principio que el salario debe ser
proporcionado no sólo a las necesidades del trabajador, sino también a las de
su familia. El Estado, en las relaciones con el sector privado, debe aplicar
el principio de subsidiaridad, principio que se convertirá en un elemento
permanente de la doctrina social. La Encíclica rechaza el liberalismo entendido
como ilimitada competencia entre las fuerzas económicas, a la vez que reafirma
el valor de la propiedad privada, insistiendo en su función social. En una
sociedad que debía reconstruirse desde su base económica, convertida que se
debía afrontar, «Pío XI sintió el deber y la responsabilidad de promover un
mayor conocimiento, una más exacta interpretación y una urgente aplicación de
la ley moral reguladora de las relaciones humanas, con el fin de superar el
conflicto de clases y llegar a un nuevo orden social basado en la justicia y en
la caridad.
Con
la encíclica « Divini Redemptoris » sobre el comunismo ateo y
sobre la doctrina social cristiana, Pío XI criticó de modo sistemático el
comunismo, definido «intrínsecamente malo » e indicó como medios
principales para poner remedio a los males producidos por éste, la renovación
de la vida cristiana, el ejercicio de la caridad evangélica, el cumplimiento de
los deberes de justicia a nivel interpersonal y social en orden al bien común,
la institucionalización de cuerpos profesionales e interprofesionales.
Los Radiomensajes navideños de Pío
XII, junto a otras de sus importantes intervenciones en materia social,
profundizan la reflexión magisterial sobre un nuevo orden social, gobernado por
la moral y el derecho, y centrado en la justicia y en la paz. Durante su
Pontificado, Pío XII atravesó los años terribles de la Segunda Guerra Mundial y
los difíciles de la reconstrucción. Una de las características de las
intervenciones de Pío XII es el relieve dado a la relación entre moral y
derecho. El Papa insiste en la noción de derecho natural, como alma del
ordenamiento que debe instaurarse en el plano nacional e internacional.
Juan XXIII, en la encíclica « Mater et
magistra » trata de actualizar los documentos ya conocidos y dar un nuevo
paso adelante en el proceso de compromiso de toda la comunidad cristiana » Las
palabras clave de la encíclica
son comunidad y socialización: la Iglesia está llamada a
colaborar con todos los hombres en la verdad, en la justicia y en el amor, para
construir una auténtica comunión. Por esta vía, el crecimiento económico
no se limitará a satisfacer las necesidades de los hombres, sino que podrá
promover también su dignidad.
Con la encíclica « Pacem in terris » Juan XXIII pone de relieve el tema de la paz, en una época marcada por la proliferación nuclear. contiene, además, la primera reflexión a fondo de la Iglesia sobre los derechos humanos; es la encíclica de la paz y de la dignidad de las personas. Continúa y completa el discurso de la « Mater et magistra »y en la dirección indicada por León XIII, subraya la importancia de la colaboración entre todos: es la primera vez que un documento de la Iglesia se dirige también « a todos los hombres de buena voluntad » llamados a una tarea inmensa: « la de establecer un nuevo sistema de relaciones en la sociedad humana, bajo el magisterio y la égida de la verdad, la justicia, la caridad y la libertad ». se detiene sobre los poderes públicos de la comunidad mundial, llamados a examinar y resolver los problemas relacionados con el bien común universal en el orden económico, social, político o cultural.
La Constitución pastoral « Gaudium et
spes » del Concilio Vaticano II, constituye una significativa
respuesta de la Iglesia a las expectativas del mundo contemporáneo,« en
sintonía con la renovación eclesiológica, se refleja una nueva concepción de
ser comunidad de creyentes y pueblo de Dios. Y suscitó entonces nuevo interés
por la doctrina contenida en los documentos anteriores respecto del testimonio
y la vida de los cristianos, como medios auténticos para hacer visible la
presencia de Dios en el mundo La « Gaudium et spes » delinea el
rostro de una Iglesia « íntima y realmente solidaria del género humano y de su
historia », que camina con toda la humanidad y está sujeta, juntamente con
el mundo, a la misma suerte terrena, pero que al mismo tiempo es « como
fermento y como alma de la sociedad, que debe renovarse en Cristo y
transformarse en familia de Dios.
Concilio Vaticano II de gran relevancia en el
«corpus» de la doctrina social de la Iglesia es la declaración
« Dignitatis humanae», en el que se proclama el derecho a la
libertad religiosa. El documento trata el tema en dos capítulos. El
primero, de carácter general, afirma que el derecho a la libertad religiosa se
fundamenta en la dignidad de la persona humana y que debe ser reconocido como
derecho civil en el ordenamiento jurídico de la sociedad. El segundo capítulo
estudia el tema a la luz de la Revelación y clarifica sus implicaciones
pastorales, recordando que se trata de un derecho que no se refiere sólo a las
personas individuales, sino también a las diversas comunidades.
El desarrollo es el nuevo nombre de la
paz» afirma Pablo VI en la encíclica «Populorum Progresivo» que puede
ser considerada una ampliación del capítulo sobre la vida económico-social de
la «Gaudium et spes», no obstante, introduzca algunas novedades significativas.
indica las coordenadas de un desarrollo integral del hombre y de un desarrollo
solidario de la humanidad: dos temas estos que han de considerarse como los
ejes en torno a los cuales se estructura todo el entramado de la encíclica.
Queriendo convencer a los destinatarios de la urgencia de una acción solidaria,
el Papa presenta el desarrollo como “el paso de condiciones de vida menos
humanas a condiciones de vida más humanas”, y señala sus características »
Este paso no está circunscrito a las dimensiones meramente
económicas y técnicas, sino que implica, para toda persona, la adquisición de
la cultura, el respeto de la dignidad de los demás, el reconocimiento « de los
valores supremos, y de Dios, que de ellos es la fuente y el fin ».Procurar el
desarrollo de todos los hombres responde a una exigencia de justicia a escala
mundial, que pueda garantizar la paz planetaria y hacer posible la realización
de « un humanismo pleno », gobernado por los valores espirituales.
Al
cumplirse los noventa años de la « Rerum novarum », Juan Pablo II
dedica la encíclica « Laborem exercens » al trabajo, como
bien fundamental para la persona, factor primario de la actividad económica y
clave de toda la cuestión social. La « Laborem exercens» delinea una
espiritualidad y una ética del trabajo, en el contexto de una profunda
reflexión teológica y filosófica. El trabajo debe ser entendido no sólo en
sentido objetivo y material; es necesario también tener en cuenta su dimensión
subjetiva, en cuanto actividad que es siempre expresión de la persona. Además
de ser un paradigma decisivo de la vida social, el trabajo tiene la dignidad
propia de un ámbito en el que debe realizarse la vocación natural y
sobrenatural de la persona.
A la luz y bajo el
impulso del Evangelio, los documentos aquí evocados constituyen los hitos principales del camino de
la doctrina social desde los tiempos de León XIII hasta nuestros días. Esta
sintética reseña se alargaría considerablemente si tuviese cuenta de todas las
intervenciones motivadas por un tema específico, que tienen su origen en « la
preocupación pastoral por proponer a la comunidad cristiana y a todos los
hombres de buena voluntad los principios fundamentales, los criterios
universales y las orientaciones capaces de sugerir las opciones de fondo y la
praxis coherente para cada situación concreta,
se busca con insistencia un orden temporal más perfecto, sin que avance
paralelamente el mejoramiento de los espíritus ».195 Por esta
razón se ha constituido y desarrollado la doctrina social: « un “corpus”
doctrinal renovado, que se va articulando a medida que la Iglesia en la
plenitud de la Palabra revelada por Jesucristo y mediante la asistencia del
Espíritu Santo.
Capítulo tercero la persona humana y sus derechos, doctrina social y principio personalista, la Iglesia ve en el hombre, en cada hombre, la
imagen viva de Dios mismo; imagen que encuentra, y está llamada a descubrir
cada vez más profundamente, su plena razón de ser en el misterio de Cristo,
Imagen perfecta de Dios, Revelador de Dios al hombre y del hombre a sí mismo. A
este hombre, que ha recibido de Dios mismo una incomparable e inalienable dignidad, es a quien la Iglesia se dirige y le presta
el servicio más alto y singular recordándole constantemente su altísima
vocación, para que sea cada vez más consciente y digno de ella, la
centralidad de la persona humana en todos los ámbitos y manifestaciones de la
sociabilidad: «La sociedad humana es, por tanto, objeto de la enseñanza social
de la Iglesia desde el momento que ella no se encuentra ni fuera ni sobre los
hombres socialmente unidos, sino que existe exclusivamente por ellos y, por
consiguiente, para ellos, El hombre, comprendido en su realidad histórica concreta,
representa el corazón y el alma de la enseñanza social católica, toda la
doctrina social se desarrolla, en efecto, a partir del principio que afirma la
inviolable dignidad de la persona humana, Mediante las múltiples
expresiones de esta conciencia, la Iglesia ha buscado, ante todo, tutelar la
dignidad humana frente a todo intento de proponer imágenes reductivas y
distorsionadas; y además, ha denunciado repetidamente sus muchas violaciones.
La historia demuestra que en la trama de las relaciones sociales emergen
algunas de las más amplias capacidades de elevación del hombre, pero también
allí se anidan los más execrables atropellos de su dignidad.
la persona humana «imago
dei», ccriatura a imagen de Dios, el mensaje fundamental
de la Sagrada Escritura anuncia que la persona humana es criatura de
Dios y especifica el elemento que la caracteriza y la distingue en
su ser a imagen de Dios: « Creó, pues, Dios al ser humano a imagen
suya, a imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó » Dios coloca la criatura humana en el centro y
en la cumbre de la creación: al hombre , plasmado con la tierra , Dios insufla
en las narices el aliento de la vida, la
semejanza con Dios revela que la esencia y la existencia del hombre están
constitutivamente relacionadas con Él del modo más profundo.205 Es
una relación que existe por sí misma y no llega, por tanto, en un segundo
momento ni se añade desde fuera. Toda la vida del hombre es una pregunta y una
búsqueda de Dios. Esta relación con Dios puede ser ignorada, olvidada o
removida, pero jamás puede ser eliminada. Entre todas las criaturas del mundo
visible, en efecto, sólo el hombre es “capaz” de Dios.
La
relación entre Dios y el hombre se refleja en la dimensión relacional y social
de la naturaleza humana. El hombre, en efecto, no es un ser solitario, ya que
«por su íntima naturaleza, es un ser social, y no puede vivir ni desplegar sus
cualidades, sin relacionarse con los demás». A este respecto resulta
significativo el hecho de que Dios haya creado al ser humano como hombre y
mujer También tienen la misma dignidad y son de igual valor, no sólo
porque ambos, en su diversidad, son imagen de Dios, sino, más profundamente
aún, porque el dinamismo de reciprocidad que anima el «nosotros» de la pareja
humana es imagen de Dios. En la relación de comunión recíproca, el hombre
y la mujer se realizan profundamente a sí mismos reencontrándose como personas
a través del don sincero de sí mismos.213 Su pacto de unión es
presentado en la Sagrada Escritura como una imagen del Pacto de Dios con los
hombres (y, al mismo tiempo, como un servicio a la vida. La pareja humana puede
participar, en efecto, de la creatividad de Dios: «Y los bendijo Dios y les
dijo: “Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra”
Con esta particular vocación a la vida, el
hombre y la mujer se encuentran también frente a todas las demás criaturas.
Ellos pueden y deben someterlas a su servicio y gozar de ellas, pero su dominio
sobre el mundo requiere el ejercicio de la responsabilidad, no es una libertad
de explotación arbitraria y egoísta. Toda la creación, en efecto, tiene el
valor de «cosa buena» ante la mirada de Dios, que es su Autor.
El drama del pecado, la admirable visión de la creación del hombre por parte de Dios es inseparable del dramático cuadro del pecado de los orígenes. Con una afirmación lapidaria el apóstol Pablo sintetiza la narración de la caída del hombre contenida en las primeras páginas de la Biblia: « por un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte, El hombre, contra la prohibición de Dios, se deja seducir por la serpiente y extiende sus manos al árbol de la vida, cayendo en poder de la muerte. Con este gesto el hombre intenta forzar su límite de criatura, desafiando a Dios, su único Señor y fuente de la vida, por la Revelación sabemos que Adán, el primer hombre, transgrediendo el mandamiento de Dios, pierde la santidad y la justicia en que había sido constituido, recibidas no sólo para sí, sino para toda la humanidad: «cediendo al tentador, Adán y Eva cometen un pecado personal, pero este pecado afecta a la naturaleza humana, que transmitirán en un estado caído. Es un pecado que será transmitido por propagación a toda la humanidad, la consecuencia del pecado, en cuanto acto de separación de Dios, es precisamente la alienación, es decir la división del hombre no sólo de Dios, sino también de sí mismo, de los demás hombres y del mundo circundante: « la ruptura con Dios desemboca dramáticamente en la división entre los hermanos. En la descripción del “primer pecado”, la ruptura con Yahveh rompe al mismo tiempo el hilo de la amistad que unía a la familia humana, de tal manera que las páginas siguientes del Génesis nos muestran al hombre y a la mujer como si apuntaran su dedo acusando el uno hacia el otro, y más adelante el hermano que, hostil a su hermano, termina por arrebatarle la vida Según la narración de los hechos de Babel, la consecuencia del pecado es la desunión de la familia humana, ya iniciada con el primer pecado, y que llega ahora al extremo en su forma social ».
El
misterio del pecado comporta una doble herida, la que el pecador abre en su
propio flanco y en su relación con el prójimo. Por ello se puede hablar de
pecado personal y social: todo pecado es personal bajo un aspecto; bajo otro
aspecto, todo pecado es social, en cuanto tiene también consecuencias sociales.
El pecado, en sentido verdadero y propio, es siempre un acto de la persona,
porque es un acto de libertad de un hombre en particular, y no propiamente de
un grupo o de una comunidad.
Algunos
pecados, además, constituyen, por su objeto mismo, una agresión directa al
prójimo. Estos pecados, en particular, se califican como pecados
sociales. Es social todo pecado cometido contra la justicia en las
relaciones entre persona y persona, entre la persona y la comunidad, y entre la
comunidad y la persona. Es social todo pecado contra los derechos de la persona
humana, comenzando por el derecho a la vida, incluido el del no-nacido, o
contra la integridad física de alguien, las consecuencias del pecado alimentan
las estructuras de pecado. Estas tienen su raíz en el pecado personal y, por
tanto, están siempre relacionadas con actos concretos de las personas, que las
originan, las consolidan y las hacen difíciles de eliminar. Es así como se
fortalecen, se difunden, se convierten en fuente de otros pecados y condicionan
la conducta de los hombres.228 Se trata de condicionamientos y
obstáculos, que duran mucho más que las acciones realizadas en el breve arco de
la vida de un individuo y que interfieren también en el proceso del desarrollo
de los pueblos, cuyo retraso y lentitud han de ser juzgados también bajo este
aspecto.
Universalidad del pecado
y universalidad de la salvación, la doctrina del pecado original, que enseña la
universalidad del pecado, tiene una importancia fundamental: «Si decimos:
“No tenemos pecado”, nos engañamos y la verdad no está en nosotros», Esta
doctrina induce al hombre a no permanecer en la culpa y a no tomarla a la
ligera, buscando continuamente chivos expiatorios en los demás y justificaciones
en el ambiente, la herencia, las instituciones, las estructuras y las
relaciones. Se trata de una enseñanza que desenmascara tales engaños. la doctrina de la
universalidad del pecado, sin embargo, no se debe separar de la conciencia de
la universalidad de la salvación en Jesucristo. Si se aísla de ésta,
genera una falsa angustia por el pecado y una consideración pesimista del mundo
y de la vida, que induce a despreciar las realizaciones culturales y civiles
del hombre, la realidad nueva que Jesucristo ofrece no se injerta en la
naturaleza humana, no se le añade desde fuera; por el contrario, es aquella
realidad de comunión con el Dios trinitario hacia la que los hombres están
desde siempre orientados en lo profundo de su ser, gracias a su semejanza
creatural con Dios; pero se trata también de una realidad que los hombres
no pueden alcanzar con sus solas fuerzas. Mediante el Espíritu de Jesucristo,
Hijo de Dios encarnado, en el cual esta realidad de comunión ha sido ya
realizada de manera singular, los hombres son acogidos como hijos de Dios.
la
persona humana y sus múltiples dimensiones, estas concepciones de la doctrina social de la iglesia tienen en común el
hecho de ofuscar la imagen del hombre acentuando sólo alguna de sus
características, con perjuicio de todas las demás, la persona no debe ser
considerada únicamente como individualidad absoluta, edificada por sí misma y
sobre sí misma, como si sus características propias no dependieran más que
de sí misma. Tampoco debe ser considerada como mera célula de un organismo
dispuesto a reconocerle, a lo sumo, un papel funcional dentro de un sistema.
Las concepciones que tergiversan la plena verdad del hombre han sido objeto, en
repetidas ocasiones, de la solicitud social de la Iglesia, que no ha dejado de
alzar su voz frente a estas y otras visiones, drásticamente reductivas. En
cambio, se ha preocupado por anunciar que los hombres « no se nos muestran
desligados entre sí, como granos de arena, sino más bien unidos entre sí en un
conjunto orgánicamente ordenado, con relaciones variadas según la diversidad de
los tiempos » y que el hombre no puede ser comprendido como « un
simple elemento y una molécula del organismo social »,235 cuidando,
a la vez, que la afirmación del primado de la persona, no conllevase una visión individualista.la unidad de la persona, el hombre ha sido creado por Dios como unidad de alma y
cuerpo: «El alma espiritual e inmortal es el principio de unidad del ser
humano, es aquello por lo cual éste existe como un todo —“corpore et anima
unus”— en cuanto persona. Estas definiciones no indican solamente que el
cuerpo, para el cual ha sido prometida la resurrección, participará de la
gloria; recuerdan igualmente el vínculo de la razón y de la libre voluntad con
todas las facultades corpóreas y sensibles. La persona —incluido el
cuerpo— está confiada enteramente a sí misma, y es en la unidad de alma y
cuerpo donde ella es el sujeto de sus propios actos morales, Por su
espiritualidad el hombre supera a la totalidad de las cosas y penetra en la
estructura más profunda de la realidad. Cuando se adentra en su corazón,
es decir, cuando reflexiona sobre su propio destino, el hombre se descubre
superior al mundo material, por su dignidad única de interlocutor de Dios, bajo
cuya mirada decide su vida. Él, en su vida interior, reconoce tener en «sí
mismo la espiritualidad y la inmortalidad de su alma» y no se percibe a sí
mismo «como partícula de la naturaleza o como elemento anónimo de la ciudad
humana ».
El hombre, por tanto, tiene dos características diversas: es un ser
material, vinculado a este mundo mediante su cuerpo, y un ser espiritual,
abierto a la trascendencia y al descubrimiento de « una verdad más
profunda », a causa de su inteligencia, que lo hace « participante de la luz de
la inteligencia divina ».243 La Iglesia afirma: « La unidad del
alma y del cuerpo es tan profunda que se debe considerar al alma como la
“forma” del cuerpo, es decir, gracias al alma espiritual, la materia que
integra el cuerpo es un cuerpo humano y viviente; en el hombre, el espíritu y
la materia no son dos naturalezas unidas, sino que su unión constituye una
única naturaleza.
Apertura a la
trascendencia y unicidad de la persona, abierta a la trascendencia, a la persona humana
pertenece la apertura a la trascendencia: el hombre está abierto al
infinito y a todos los seres creados. Está abierto sobre todo al infinito, es
decir a Dios, porque con su inteligencia y su voluntad se eleva por encima de
todo lo creado y de sí mismo, se hace independiente de las criaturas, es libre
frente a todas las cosas creadas y se dirige hacia la verdad y el bien
absolutos. Está abierto también hacia el otro, a los demás hombres y al mundo,
porque sólo en cuanto se comprende en referencia a un tú puede
decir yo. Sale de sí, de la conservación egoísta de la propia vida, para
entrar en una relación de diálogo y de comunión con el otro.
Única e
irrepetible, el hombre existe como ser único e irrepetible, existe
como un « yo », capaz de auto comprenderse, auto poseerse y
autodeterminarse. La persona humana es un ser inteligente y consciente,
capaz de reflexionar sobre sí mismo y, por tanto, de tener conciencia de sí y
de sus propios actos. Sin embargo, no son la inteligencia, la conciencia y la
libertad las que definen a la persona, sino que es la persona quien está en la
base de los actos de inteligencia, de conciencia y de libertad. Estos actos
pueden faltar, sin que por ello el hombre deje de ser persona.
El respeto de la dignidad humana, la persona
no puede estar finalizada a proyectos de carácter económico, social o político,
impuestos por autoridad alguna, ni siquiera en nombre del presunto progreso de
la comunidad civil en su conjunto o de otras personas, en el presente o en el
futuro. Es necesario, por tanto, que las autoridades públicas vigilen con
atención para que una restricción de la libertad o cualquier otra carga
impuesta a la actuación de las personas no lesione jamás la dignidad personal y
garantice el efectivo ejercicio de los derechos humanos. Todo esto, una vez
más, se funda sobre la visión del hombre como persona, es decir, como
sujeto activo y responsable del propio proceso de
crecimiento, junto con la comunidad de la que forma parte.
la
libertad de la persona, valor y límites de la libertad,
el hombre puede dirigirse hacia el bien sólo en la libertad, que Dios le ha
dado como signo eminente de su imagen: 251 «Dios ha querido dejar al hombre en
manos de su propia decisión (cf. Si 15,14), para que así busque espontáneamente
a su Creador y, adhiriéndose libremente a éste, alcance la plena y bienaventurada
perfección. La dignidad humana requiere, por tanto, que el hombre actúe según
su conciencia y libre elección, es decir, movido e inducido por convicción
interna personal y no bajo la presión de un ciego impulso interior o de la mera
coacción externa».
El recto
ejercicio de la libertad personal exige unas determinadas condiciones de orden
económico, social, jurídico, político y cultural que son, «con demasiada
frecuencia, desconocidas y violadas. Estas situaciones de ceguera y de
injusticia gravan la vida moral y colocan tanto a los fuertes como a los
débiles en la tentación de pecar contra la caridad. Al apartarse de la ley
moral, el hombre atenta contra su propia libertad, se encadena a sí mismo,
rompe la fraternidad con sus semejantes y se rebela contra la verdad divina»
El vínculo de la libertad
con la verdad y la ley natural, en el ejercicio de la
libertad, el hombre realiza actos moralmente buenos, que edifican su persona y
la sociedad, cuando obedece a la verdad, es decir, cuando no pretende ser creador
y dueño absoluto de ésta y de las normas éticas. La libertad, en efecto, «no
tiene su origen absoluto e incondicionado en sí misma, sino en la existencia en
la que se encuentra y para la cual representa, al mismo tiempo, un límite y una
posibilidad. Es la libertad de una criatura, o sea, una libertad donada, que se
ha de acoger como un germen y hacer madurar con responsabilidad». En caso
contrario, muere como libertad y destruye al hombre y a la sociedad, la verdad
sobre el bien y el mal se reconoce en modo práctico y concreto en el juicio de
la conciencia, que lleva a asumir la responsabilidad del bien cumplido o del
mal cometido. El ejercicio de la libertad implica la
referencia a una ley moral natural, de carácter universal, que precede y aúna
todos los derechos y deberes.
la igual dignidad de todas
las personas, la mujer es el
complemento del hombre, como el hombre lo es de la mujer: mujer y hombre se
completan mutuamente, no sólo desde el punto de vista físico y psíquico, sino
también ontológico. Sólo gracias a la dualidad de lo «masculino» y lo
«femenino» se realiza plenamente lo «humano». Es la «unidad de los dos», es
decir, una «unidualidad» relacional, que permite a cada uno experimentar la
relación interpersonal y recíproca como un don que es, al mismo tiempo, una
misión
La sociabilidad humana, la persona es constitutivamente un ser social, porque así la ha querido Dios que la ha creado. La naturaleza del hombre se manifiesta, en efecto, como naturaleza de un ser que responde a sus propias necesidades sobre la base de una subjetividad relacional, es decir, como un ser libre y responsable, que reconoce la necesidad de integrarse y de colaborar con sus semejantes y que es capaz de comunión con ellos en el orden del conocimiento y del amor: «Una sociedad es un conjunto de personas ligadas de manera orgánica por un principio de unidad que supera a cada una de ellas. Asamblea a la vez visible y espiritual, una sociedad perdura en el tiempo: recoge el pasado y prepara el porvenir», es necesario, por tanto, destacar que la vida comunitaria es una característica natural que distingue al hombre del resto de las criaturas terrenas. La sociabilidad humana no comporta automáticamente la comunión de las personas, el don de sí. A causa de la soberbia y del egoísmo, el hombre descubre en sí mismo gérmenes de insociabilidad, de cerrazón individualista y de vejación del otro. La sociabilidad humana no es uniforme, sino que reviste múltiples expresiones. El bien común depende, en efecto, de un sano pluralismo social.
Los derechos humanos, el valor de los derechos humanos,
los derechos del hombre
exigen ser tutelados no sólo singularmente, sino en su conjunto: una protección
parcial de ellos equivaldría a una especie de falta de reconocimiento. Estos derechos corresponden a las exigencias de
la dignidad humana y comportan, en primer lugar, la satisfacción de las
necesidades esenciales —materiales y espirituales— de la persona: «Tales
derechos se refieren a todas las fases de la vida y en cualquier contexto
político, social, económico o cultural. Son un conjunto unitario, orientado
decididamente a la promoción de cada uno de los aspectos del bien de la persona
y de la sociedad... La promoción integral de todas las categorías de los
derechos humanos es la verdadera garantía del pleno respeto por cada uno de los
derechos». Universalidad e indivisibilidad son las líneas distintivas de los
derechos humanos: «Son dos principios guía que exigen siempre la necesidad de
arraigar los derechos humanos en las diversas culturas, así como de profundizar
en su dimensión jurídica con el fin
de asegurar su pleno respeto».
La especificación de los derechos, las enseñanzas de Juan
veintitrés, del Concilio Vaticano II, de Pablo seis han
ofrecido amplias indicaciones acerca de la concepción de los derechos humanos
delineada por el Magisterio. Juan Pablo II ha trazado una lista de ellos en la
encíclica : « El derecho a la vida, del que forma parte integrante el
derecho del hijo a crecer bajo el corazón de la madre después de haber sido
concebido; el derecho a vivir en una familia unida y en un ambiente
moral, favorable al desarrollo de la propia personalidad; el derecho a madurar
la propia inteligencia y la propia libertad a través de la búsqueda y
el conocimiento de la verdad; el derecho a participar en el trabajo para
valorar los bienes de la tierra y recabar del mismo el sustento propio y de los
seres queridos; el derecho a fundar libremente una familia, a acoger
y educar a los hijos, haciendo uso responsable de la propia
sexualidad. Fuente y síntesis de estos derechos es, en cierto sentido,
la libertad religiosa, entendida como derecho a vivir en la verdad de
la propia fe y en conformidad con la dignidad trascendente de la propia
persona».
Derechos
y deberes, frecuentemente
se recuerda la recíproca complementariedad entre derechos y deberes,
indisolublemente unidos, en primer lugar en la persona humana que es su sujeto
titular.Este vínculo presenta también una dimensión social: «En la sociedad
humana, a un determinado derecho natural de cada hombre corresponde en los
demás el deber de reconocerlo y respetarlo». «Por tanto, quienes, al
reivindicar sus derechos, olvidan por completo sus deberes o no les dan la
importancia debida, se asemejan a los que derriban con una mano lo que con la
otra construyen».
Derechos de los pueblos y de
las Naciones, el
campo de los derechos del hombre se ha extendido a los derechos de los pueblos
y de las Naciones, pues «lo que es verdad para el hombre lo es también para los
pueblos». El Magisterio recuerda que el derecho internacional «se basa sobre el
principio del igual respeto, por parte de los Estados, del derecho a la
autodeterminación de cada pueblo y de su libre cooperación en vista del bien
común superior de la humanidad». Los derechos de las Naciones no son sino
«los “derechos humanos” considerados a este específico nivel de la vida
comunitaria». La Nación tiene «un derecho fundamental a la existencia»; a
la «propia lengua y cultura, mediante las cuales un pueblo expresa y promueve
su “soberanía” espiritual»
Colmar la distancia entre la
letra y el espíritu, existe desgraciadamente una distancia entre
la «letra» y el «espíritu» de los derechos del hombre a los que se ha tributado
frecuentemente un respeto puramente formal. La doctrina social, considerando el
privilegio que el Evangelio concede a los pobres, no cesa de confirmar que «los
más favorecidos deben renunciar a algunos de sus derechos para poner con mayor
liberalidad sus bienes al servicio de los demás» y que una afirmación excesiva
de igualdad «puede dar lugar a un individualismo donde cada uno reivindique sus
derechos sin querer hacerse responsable del bien común».
Capítulo
cuarto, los principios de la doctrina
social de la iglesia, significado y unidad, los
principios permanentes de la doctrina social de la Iglesia constituyen los
verdaderos y propios puntos de apoyo de la enseñanza social católica: se trata
del principio de la dignidad de la persona humana ya tratado en el capítulo
precedente en el que cualquier otro principio y contenido de la doctrina social
encuentra fundamento, del bien común, de la subsidiaridad y de la solidaridad.
Estos principios, expresión de la verdad íntegra sobre el hombre conocido a
través de la razón y de la fe, brotan « del encuentro del mensaje evangélico y
de sus exigencias comprendidas en el Mandamiento supremo del amor a Dios y al
prójimo y en la Justiciacon los problemas que surgen en la vida de la sociedad
». La Iglesia, en el curso de la historia y a la luz del Espíritu,
reflexionando sabiamente sobre la propia tradición de fe, ha podido dar a tales
principios una fundación y configuración cada vez más exactas, clarificándolos
progresivamente, en el esfuerzo de responder con coherencia a las exigencias de
los tiempos y a los continuos desarrollos de la vida social.
el principio del bien común, significado
y aplicaciones principales, de la dignidad, unidad e igualdad de todas
las personas deriva, en primer lugar, el principio del bien común, al que debe
referirse todo aspecto de la vida social para encontrar plenitud de sentido.
Según una primera y vasta acepción, por bien común se entiende «el conjunto de
condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno
de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección, la responsabilidad de todos por el bien común, las exigencias del bien común derivan de las
condiciones sociales de cada época y están estrechamente vinculadas al respeto
y a la promoción integral de la persona y de sus derechos fundamentales, el
bien común es un deber de todos los miembros de la sociedad: ninguno está
exento de colaborar, según las propias capacidades, en su consecución y
desarrollo. El bien común exige ser servido plenamente, no según visiones
reductivas subordinadas a las ventajas que cada uno puede obtener, sino en base
a una lógica que asume en toda su amplitud la correlativa responsabilidad.
Las tareas de la comunidad política, la responsabilidad de edificar el bien común
compete, además de las personas particulares, también al Estado, porque el bien
común es la razón de ser de la autoridad política. El Estado, en efecto, debe
garantizar cohesión, unidad y organización a la sociedad civil de la que es
expresión, de modo que se pueda lograr el bien común con la contribución de
todos los ciudadanos. La persona concreta, la familia, los cuerpos intermedios
no están en condiciones de alcanzar por sí mismos su pleno desarrollo; de ahí
deriva la necesidad de las instituciones políticas, cuya finalidad es hacer
accesibles a las personas los bienes necesarios —materiales, culturales, morales,
espirituales— para gozar de una vida auténticamente humana. El fin de la vida
social es el bien común históricamente realizable
El principio del destino universal de
los bienes de la tierra está en la base del derecho universal al uso de los
bienes. Todo hombre debe tener la posibilidad de gozar del bienestar necesario
para su pleno desarrollo: el principio del uso común de los bienes, es el «
primer principio de todo el ordenamiento ético-social » 363 y «
principio peculiar de la doctrina social cristiana ».364 Por esta razón la
Iglesia considera un deber precisar su naturaleza y sus características. Se
trata ante todo de un derecho natural, inscrito en la naturaleza del
hombre, y no sólo de un derecho positivo, ligado a la contingencia histórica;
además este derecho es «originario »
el principio de subsidiaridad, la
subsidiaridad está entre las directrices más constantes y características de la
doctrina social de la Iglesia, presente desde la primera gran encíclica social,
conforme a este principio, todas las sociedades de orden superior deben ponerse
en una actitud de ayuda (« subsidium ») —por tanto de apoyo, promoción,
desarrollo— respecto a las menores. De este modo, los cuerpos sociales
intermedios pueden desarrollar adecuadamente las funciones que les competen,
sin deber cederlas injustamente a otras agregaciones sociales de nivel
superior, de las que terminarían por ser absorbidos y sustituidos y por ver
negada, en definitiva, su dignidad propia y su espacio vital.
La participación, consecuencia característica
de la subsidiaridad es la participación,402 que se expresa, esencialmente,
en una serie de actividades mediante las cuales el ciudadano, como individuo o
asociado a otros, directamente o por medio de los propios representantes,
contribuye a la vida cultural, económica, política y social de la comunidad
civil a la que pertenece.403 La participación es un deber que todos han de
cumplir conscientemente, en modo responsable y con vistas al bien común.
La participación no puede ser delimitada o
restringida a algún contenido particular de la vida social, dada su
importancia para el crecimiento, sobre todo humano, en ámbitos como el mundo
del trabajo y de las actividades económicas en sus dinámicas
internas,405 la información y la cultura y, muy especialmente, la vida
social y política hasta los niveles más altos, como son aquellos de los que
depende la colaboración de todos los pueblos en la edificación de una comunidad
internacional solidaria
el principio de solidaridad, Significado y
valor, la solidaridad confiere particular relieve a la intrínseca sociabilidad
de la persona humana, a la igualdad de todos en dignidad y derechos, al camino
común de los hombres y de los pueblos hacia una unidad cada vez más convencida.
Nunca como hoy ha existido una conciencia tan difundida del vínculo de
interdependencia entre los hombres y entre los pueblos, que se manifiesta a
todos los niveles.413 La vertiginosa multiplicación de las vías y de los
medios de comunicación « en tiempo real », como las telecomunicaciones, los
extraordinarios progresos de la informática, el aumento de los intercambios
comerciales y de las informaciones son testimonio de que por primera vez desde
el inicio de la historia de la humanidad ahora es posible, al menos
técnicamente, establecer relaciones aun entre personas lejanas o desconocidas.
Los valores
fundamentales de la vida social,
relación entre principios y valores, la doctrina social de la Iglesia, además de los
principios que deben presidir la edificación de una sociedad digna del hombre,
indica también valores fundamentales. La relación entre principios y valores es
indudablemente de reciprocidad, en cuanto que los valores sociales expresan el
aprecio que se debe atribuir a aquellos determinados aspectos del bien moral
que los principios se proponen conseguir, ofreciéndose como puntos de
referencia para la estructuración oportuna y la conducción ordenada de la vida
social. Los valores requieren, por consiguiente, tanto la práctica de los
principios fundamentales de la vida social, como el ejercicio personal de las
virtudes y, por ende, las actitudes morales correspondientes a los valores
mismos.
La verdad, Los
hombres tienen una especial obligación de tender continuamente hacia la verdad,
respetarla y atestiguarla responsablemente.431 Vivir en la
verdad tiene un importante significado en las relaciones sociales: la
convivencia de los seres humanos dentro de una comunidad, en efecto, es
ordenada, fecunda y conforme a su dignidad de personas, cuando se funda en la
verdad, la libertad, se ejercita en las relaciones entre los seres humanos.
Toda persona humana, creada a imagen de Dios, tiene el derecho natural de ser
reconocida como un ser libre y responsable. Todo hombre debe prestar a cada
cual el respeto al que éste tiene derecho.
El derecho al ejercicio de la libertad es una exigencia
inseparable de la dignidad de la persona humana, la
justicia, es un valor que acompaña al ejercicio de la correspondiente
virtud moral cardinal, según su formulación más clásica, « consiste en la
constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que les es debido
».Desde el punto de vista subjetivo, la justicia se traduce en la
actitud determinada por la voluntad de reconocer al otro como
persona, mientras que desde el punto de vista objetivo, constituye el
criterio determinante de la moralidad en el ámbito intersubjetivo y social.
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