1.RESUMEN
LA FAMILIA CÉLULA VITAL DE LA SOCIEDAD
La importancia
y la centralidad de la familia, en orden a la persona y a la sociedad, está
repetidamente subrayada en la Sagrada Escritura: No está bien que el hombre esté solo A partir de los textos que narran la creación
del hombre se nota cómo según el
designio de Dios la pareja constituye « la expresión primera de la comunión de personas
humanas.
Eva es creada semejante a Adán, como
aquella que, en su alteridad, lo completa para formar con él una sola carne. Al mismo tiempo, ambos tienen
una misión procreadora que los hace colaboradores del Creador: Sed fecundos y
multiplicaos, henchid la tierra. La familia es considerada, en el designio del
Creador, como el lugar primario
de la “humanización” de
la persona y de la sociedad » y « cuna de la vida y del amor.
Jesús nació y
vivió en una familia concreta aceptando todas sus características propias y dio así una excelsa
dignidad a la institución matrimonial, constituyéndola como sacramento
de la nueva alianza. En esta perspectiva, la pareja encuentra su plena dignidad
y la familia su solidez.
Jesús nació y vivió en una
familia concreta aceptando todas sus características propias y dio así una excelsa dignidad a la
instNitución matrimonial, constituyéndola como sacramento de la nueva
alianza. En esta perspectiva, la pareja encuentra su plena dignidad y la
familia su solidez.
La importancia de la familia para la persona
La familia es importante y
central en relación a la persona. En esta cuna de la vida y del amor,
el hombre nace y crece. Cuando nace un
niño, la sociedad recibe el regalo de una nueva persona, que está llamada, desde lo más íntimo de sí a la comunión con los
demás y a la entrega a
los demás. En la familia, por tanto, la entrega recíproca del hombre y de la
mujer unida en matrimonio, crea un ambiente de vida en el cual el niño puede desarrollar
sus potencialidades, hacerse consciente de su dignidad y prepararse a afrontar
su destino único e irrepetible.
La
importancia de la familia para la sociedad
La familia, comunidad
natural en donde se experimenta la sociabilidad humana, contribuye en modo
único e insustituible al bien de la sociedad. La comunidad familiar nace de la comunión de las
personas: La “comunión se refiere a la relación personal entre el “yo” y
el “tú”. La “comunidad”, en cambio, supera este esquema apuntando hacia una
“sociedad”, un “nosotros”. La familia, comunidad de personas, es por
consiguiente la primera “sociedad” humana.
Una sociedad a medida de la
familia es la mejor garantía contra toda tendencia de tipo individualista o
colectivista, porque en ella la persona es siempre el centro de la atención en
cuanto fin y nunca como medio. Es evidente que el bien de las personas y el buen
funcionamiento de la sociedad están estrechamente relacionados con la prosperidad de la comunidad conyugal y
familiar. Sin familias fuertes en la comunión y estables en el
compromiso, los pueblos se debilitan. En la familia se inculcan desde los
primeros años de vida los valores morales, se transmite el patrimonio
espiritual de la comunidad religiosa y el patrimonio cultural de la Nación. En
ella se aprenden las responsabilidades sociales y la solidaridad.
Ha de afirmarse la
prioridad de la familia respecto a la sociedad y al Estado. La
familia, al menos en su función procreativa, es la condición misma de la
existencia de aquéllos. En las demás funciones en pro de cada uno de sus
miembros, la familia precede, por su importancia y valor, a las funciones que
la sociedad y el Estado deben desempeñar. La familia, sujeto titular
de derechos inviolables, encuentra su legitimación en la naturaleza humana y no
en el reconocimiento del Estado. La familia no está, por lo tanto, en función de la sociedad y del
Estado, sino que la sociedad y el Estado están en función de la familia.
EL MATRIMONIO, FUNDAMENTO DE LA FAMILIA
La familia tiene su
fundamento en la libre voluntad de los cónyuges de unirse en matrimonio,
respetando el significado y los valores propios de esta institución, que no
depende del hombre, sino de Dios mismo: Este vínculo sagrado, en atención al bien, tanto de
los esposos y de la prole como de la sociedad, no depende de la decisión
humana. Pues es el mismo Dios el autor del matrimonio, al cual ha dotado con
bienes y fines varios. La institución matrimonial fundada por el Creador y en posesión de sus
propias leyes, la íntima comunidad conyugal de vida y amor no es una creación
debida a convenciones humanas o imposiciones legislativas, sino que debe su
estabilidad al ordenamiento divino. Nace, también para la sociedad, del acto humano por el cual los esposos se dan
y se reciben mutuamente y se funda sobre la misma naturaleza del amor
conyugal que, en cuanto don total y exclusivo, de persona a persona, comporta
un compromiso definitivo expresado con el consentimiento recíproco, irrevocable
y público. Este compromiso pide que las relaciones entre los
miembros de la familia estén marcadas también por el sentido de la justicia y
el respeto de los recíprocos derechos y deberes.
El matrimonio, en su
verdad objetiva, está ordenado a la
procreación y educación de los hijos. La unión matrimonial, en efecto,
permite vivir en plenitud el don sincero de sí mismo, cuyo fruto son los hijos,
que, a su vez, son un don para los padres, para la entera familia y para toda
la sociedad. El matrimonio, sin
embargo, no ha sido instituido únicamente en orden a la procreación: su
carácter indisoluble y su valor de comunión permanecen incluso cuando los
hijos, aun siendo vivamente deseados, no lleguen a coronar la vida conyugal.
Los esposos, en este caso, « pueden manifestar su generosidad adoptando niños
abandonados o realizando servicios abnegados en beneficio del prójimo.
El
sacramento del matrimonio
El sacramento del
matrimonio asume la realidad humana del amor conyugal con todas las
implicaciones y capacita y compromete a los
esposos y a los padres cristianos a vivir su vocación de laicos, y, por
consiguiente, a “buscar el Reino de Dios gestionando los asuntos temporales y
ordenándolos según Dios”. Íntimamente unida a la Iglesia por el vínculo
sacramental que la hace Iglesia
doméstica o pequeña
Iglesia, la familia cristiana está llamada a ser signo de unidad para el mundo y a
ejercer de ese modo su función profética, dando testimonio del Reino y de la
paz de Cristo, hacia el cual el mundo entero está en camino.
LA SUBJETIVIDAD SOCIAL DE LA FAMILIA
El amor y la formación de la comunidad de personas
La familia se presenta como
espacio de comunión tan necesaria en una sociedad cada vez más individualista,
que debe desarrollarse como una auténtica comunidad de personas gracias al incesante dinamismo del amor,
dimensión fundamental de la experiencia humana, cuyo lugar privilegiado para
manifestarse es precisamente la familia: El amor hace que el hombre se
realice mediante la entrega sincera de sí mismo. Amar significa dar y recibir
lo que no se puede comprar ni vender, sino sólo regalar libre y recíprocamente.
El ser humano ha sido
creado para amar y no puede vivir sin amor. El amor, cuando se manifiesta en el don total de dos
personas en su complementariedad, no puede limitarse a emociones o
sentimientos, y mucho menos a la mera expresión sexual. Una sociedad que tiende
a relativizar y a banalizar cada vez más la experiencia del amor y de la
sexualidad, exalta los aspectos efímeros de la vida y oscurece los valores
fundamentales. Se hace más urgente que nunca anunciar y testimoniar que la verdad del
amor y de la sexualidad conyugal se encuentra allí donde se realiza la entrega
plena y total de las personas con las características de la unidad y de la fidelidad. Esta verdad, fuente de
alegría, esperanza y vida, resulta impenetrable e inalcanzable mientras se
permanezca encerrados en el relativismo y en el escepticismo.
La naturaleza del amor
conyugal exige la estabilidad de la relación matrimonial y su indisolubilidad. La falta
de estos requisitos perjudica la relación de amor exclusiva y total, propia del
vínculo matrimonial, trayendo consigo graves sufrimientos para los hijos e
incluso efectos negativos para el tejido social.
Las uniones de hecho, cuyo
número ha ido progresivamente aumentando, se basan sobre un falso concepto de
la libertad de elección de los individuos y
sobre una concepción privada del matrimonio y de la familia. El
matrimonio no es un simple pacto de convivencia, sino una relación con una
dimensión social única respecto a las demás, ya que la familia, con el cuidado
y la educación de los hijos, se configura como el instrumento principal e
insustituible para el crecimiento integral de toda persona y para su positiva
inserción en la vida social.
La persona homosexual debe
ser plenamente respetada en su dignidad, y animada
a seguir el plan de Dios con un esfuerzo especial en el ejercicio de la
castidad. Este respeto no significa la legitimación de
comportamientos contrarios a la ley moral ni, mucho menos, el reconocimiento de
un derecho al matrimonio entre personas del mismo sexo, con la consiguiente
equiparación de estas uniones con la familia: Si, desde el punto de vista legal, el
casamiento entre dos personas de sexo diferente fuese sólo considerado como uno
de los matrimonios posibles, el concepto de matrimonio sufriría un cambio
radical, con grave deterioro del bien común. Poniendo la unión homosexual en un
plano jurídico análogo al del matrimonio o al de la familia, el Estado actúa
arbitrariamente y entra en contradicción con sus propios deberes.
La familia es el santuario de la vida
La procreación expresa la
subjetividad social de la familia e inicia un dinamismo de amor y de
solidaridad entre las generaciones que constituye la base de la sociedad. Es
necesario redescubrir el valor social de partícula del bien común
insita en cada nuevo ser humano: cada niño « hace de sí mismo un don a los
hermanos, hermanas, padres, a toda la familia. Su vida se convierte en don para los mismos
donantes de la vida, los cuales no dejarán de sentir la
presencia del hijo, su participación en la vida de ellos, su aportación a su
bien común y al de la comunidad familiar.
La familia fundada en el
matrimonio es verdaderamente el santuario de la vida, el
ámbito donde la vida, don de Dios, puede ser acogida y protegida de manera
adecuada contra los múltiples ataques a los que está expuesta, y puede
desarrollarse según las exigencias de un auténtico crecimiento humano. La
función de la familia es determinante e insustituible en la promoción y
construcción de la cultura de la vida, contra la difusión de una “anticivilización” destructora, como
demuestran hoy tantas tendencias y situaciones de hecho.
En cuanto a los medios para la procreación responsable, se han de
rechazar como moralmente ilícitos tanto la esterilización como el aborto. Este
último, en particular, es un delito abominable y constituye siempre un desorden
moral particularmente grave; lejos de ser un derecho, es más bien un
triste fenómeno que contribuye gravemente a la difusión de una mentalidad
contra la vida, amenazando peligrosamente la convivencia social justa y
democrática.
Los padres, como ministros
de la vida, nunca deben olvidar que la dimensión espiritual de la procreación
merece una consideración superior a la reservada a cualquier otro aspecto: La
paternidad y la maternidad representan un cometido de naturaleza no simplemente física, sino espiritual;
en efecto, por ellas pasa la genealogía de la persona, que tiene su inicio
eterno en Dios y que debe conducir a Él. Acogiendo la vida humana en la
unidad de sus dimensiones, físicas y espirituales, las familias contribuyen a
la comunión de las generaciones,
y dan así una contribución esencial e insustituible al desarrollo de la
sociedad. Por esta razón, la familia tiene derecho a la asistencia de la
sociedad en lo referente a sus deberes en la procreación y educación de los
hijos. Las parejas casadas con familia numerosa, tienen derecho a una ayuda
adecuada y no deben ser discriminadas ».
La tarea
educativa
Con la obra educativa, la
familia forma al hombre en la plenitud de su dignidad, según todas sus
dimensiones, comprendida la social. La familia constituye « una comunidad de amor y de
solidaridad, insustituible para la enseñanza y transmisión de los valores
culturales, éticos, sociales, espirituales y religiosos, esenciales para el
desarrollo y bienestar de sus propios miembros y de la sociedad. Cumpliendo
con su misión educativa, la familia contribuye al bien común y constituye la
primera escuela de virtudes sociales, de la que todas las sociedades tienen
necesidad. La familia ayuda a que las personas desarrollen su libertad y
su responsabilidad, premisas indispensables para asumir cualquier tarea en la
sociedad. Además, con la educación se comunican algunos valores fundamentales,
que deben ser asimilados por cada persona, necesarios para ser ciudadanos
libres, honestos y responsables.
El derecho y el deber de los padres a la educación de
la prole se debe considerar como esencial,
relacionado como está con la transmisión de la vida humana; como original y primario, respecto al
deber educativo de los demás, por la unicidad de la relación de amor que
subsiste entre padres e hijos; como insustituible e inalienable,
y por consiguiente, no puede ser
totalmente delegado o usurpado por otros. Los padres tiene el derecho y el
deber de impartir una educación religiosa y una formación moral a sus hijos: derecho
que no puede ser cancelado por el Estado, antes bien, debe ser respetado y
promovido. Es un deber primario, que la familia no puede descuidar o delegar.
Los padres son los
primeros, pero no los únicos, educadores de sus hijos. Corresponde a
ellos, por tanto, ejercer con sentido de responsabilidad, la labor educativa en
estrecha y vigilante colaboración con los organismos civiles y eclesiales: La misma
dimensión comunitaria, civil y eclesial, del hombre exige y conduce a una
acción más amplia y articulada, fruto de la colaboración ordenada de las
diversas fuerzas educativas. Éstas son necesarias, aunque cada una puede y debe
intervenir con su competencia y con su contribución propia. Los padres
tienen el derecho a elegir los instrumentos formativos conformes a sus propias
convicciones y a buscar los medios que puedan ayudarles mejor en su misión
educativa, incluso en el ámbito espiritual y religioso. Las autoridades
públicas tienen la obligación de garantizar este derecho y de asegurar las
condiciones concretas que permitan su ejercicio. En este contexto, se
sitúa el tema de la colaboración entre familia e institución escolar.
La familia tiene la
responsabilidad de ofrecer una educación integral. En efecto, la verdadera educación
se propone la formación de la persona humana en orden a su fin último y al bien
de las sociedades, de las que el hombre es miembro y en cuyas responsabilidades
participará cuando llegue a ser adulto. Esta integridad queda asegurada
cuando —con el testimonio de vida y con la palabra se educa a los hijos al
diálogo, al encuentro, a la sociabilidad, a la legalidad, a la solidaridad y a
la paz, mediante el cultivo de las virtudes fundamentales de la justicia y de
la caridad.
Dignidad y
derechos de los niños
Minusválido
Los derechos de los niños
deben ser protegidos por los ordenamientos jurídicos. Es
necesario, sobre todo, el reconocimiento público en todos los países del valor
social de la infancia: Ningún país del mundo, ningún sistema político, puede
pensar en el propio futuro de modo diverso si no es a través de la imagen de
estas nuevas generaciones, que tomarán de sus padres el múltiple patrimonio de
los valores, de los deberes, de las aspiraciones de la Nación a la que
pertenecen, junto con el de toda la familia humana. El primer derecho del niño
es « a nacer en una familia verdadera un derecho cuyo respeto ha sido
siempre problemático y que hoy conoce nuevas formas de violación debidas al
desarrollo de las técnicas genéticas.
Familia,
vida económica y trabajo
La relación que se da entre
la familia y la vida económica es particularmente significativa. Por una
parte, en efecto, la eco-nomía
nació del trabajo doméstico: la casa ha sido por mucho tiempo, y
todavía en muchos lugares lo sigue siendo, unidad de producción y centro de
vida. El dinamismo de la vida económica, por otra parte, se desarrolla a partir
de la iniciativa de las personas y se realiza, como círculos concéntricos, en
redes cada vez más amplias de producción e intercambio de bienes y servicios,
que involucran de forma creciente a las familias. La familia, por tanto, debe
ser considerada protagonista esencial de la vida económica, orientada no por la
lógica del mercado, sino según la lógica del compartir y de la solidaridad
entre las generaciones.
Para tutelar esta relación
entre familia y trabajo, un elemento importante que se ha de apreciar y
salvaguardar es el salario familiar, es decir, un salario suficiente que permita mantener
y vivir dignamente a la familia. Este salario debe permitir un cierto
ahorro que favorezca la adquisición de alguna forma de propiedad, como garantía
de libertad. El derecho a la propiedad se encuentra estrechamente ligado a la
existencia de la familia, que se protege de las necesidades gracias también al
ahorro y a la creación de una propiedad familiar. Diversas pueden ser las
formas de llevar a efecto el salario familiar. Contribuyen a determinarlo
algunas medidas sociales importantes, como los subsidios familiares y otras
prestaciones por las personas a cargo, así como la remuneración del trabajo en
el hogar de uno de los padres.
LA SOCIEDAD
AL SERVICIO DE LA FAMILIA
El punto de partida para
una relación correcta y constructiva entre la familia y la sociedad es el
reconocimiento de la subjetividad y de la prioridad social de la familia. Esta
íntima relación entre las dos « impone también que la sociedad no deje de
cumplir su deber fundamental de respetar y promover la familia misma. La
sociedad y, en especial, las instituciones estatales, respetando la prioridad y
preeminencia de la familia están
llamadas a garantizar y favorecer
la genuina identidad de la vida familiar y a evitar y
combatir todo lo que la altera y daña. Esto exige que la acción política y
legislativa salvaguarde los valores de la familia, desde la promoción de la
intimidad y la convivencia familiar, hasta el respeto de la vida naciente y la
efectiva libertad de elección en la educación de los hijos. La sociedad y el
Estado no pueden, por tanto, ni absorber ni sustituir, ni reducir la dimensión
social de la familia; más bien debe honrarla, reconocerla, respetarla y
promoverla según el principio de
subsidiaridad.
EL TRABAJO
HUMANO
ASPECTOS BÍBLICOS
La tarea de cultivar y custodiar la tierra
El trabajo debe ser honrado
porque es fuente de riqueza o, al menos, de condiciones para una vida decorosa,
y, en general, instrumento eficaz contra la pobreza .Pero no se debe ceder a la tentación de
idolatrarlo, porque en él no se puede encontrar el sentido último y definitivo
de la vida. El trabajo es esencial, pero es Dios, no el trabajo, la fuente de
la vida y el fin del hombre. El principio fundamental de la sabiduría es
el temor del Señor; la exigencia de justicia, que de él deriva, precede a la
del beneficio: « Mejor es poco con temor de Yahvéh, que gran tesoro con
inquietud Más vale poco, con justicia, que mucha renta
sin equidad.
En su predicación, Jesús
enseña a apreciar el trabajo. Él mismo « se hizo semejante a nosotros en todo,
dedicó la mayor parte de los años de su vida terrena al trabajo manual junto al banco del
carpintero en el taller de José, al cual estaba sometido. Jesús condena el
comportamiento del siervo perezoso, que esconde bajo tierra el talento y alaba
al siervo fiel y prudente a quien el patrón encuentra realizando las tareas que
se le han confiado. Él
describe su misma misión como un trabajar: Mi Padre trabaja siempre, y yo también trabajo; y a sus discípulos
como obreros en la mies del Señor, que representa
a la humanidad por evangelizar. Para estos obreros vale el principio general
según el cual « el obrero tiene derecho a su salario; están autorizados a hospedarse
en las casas donde los reciban, a comer y beber lo que les ofrezcan.
La conciencia de la
transitoriedad de la « escena de este mundo no exime de ninguna tarea histórica,
mucho menos del trabajo, que es
parte integrante de la condición humana, sin ser la única razón de la vida. Ningún
cristiano, por el hecho de pertenecer a una comunidad solidaria y fraterna,
debe sentirse con derecho a no trabajar y vivir a expensas de los demás. Al
contrario, el apóstol Pablo exhorta a todos a ambicionar vivir en tranquilidad con el trabajo de las propias manos, para que « no necesitéis de nadie,
y a practicar una solidaridad, incluso material, que comparta los frutos del
trabajo con quien se halle en necesidad.
Santiago defiende los derechos conculcados de los trabajadores: Mirad; el
salario que no habéis pagado a los obreros que segaron vuestros campos está
gritando; y los gritos de los segadores han llegado a los oídos del Señor de
los ejércitos. Los creyentes deben vivir el trabajo al estilo de Cristo,
convirtiéndolo en ocasión para dar un testimonio cristiano « ante los de fuera.
EL VALOR
PROFETICO DE LA REUM NOVARUM
La Rerum novarum es, ante todo, una apasionada defensa de la
inalienable dignidad de los trabajadores, a la cual se une la
importancia del derecho de propiedad, del principio de colaboración entre
clases, de los derechos de los débiles y de los pobres, de las obligaciones de
los trabajadores y de los patronos, del derecho de asociación.
LA DIGNIDAD DEL TRABAJO
La dimensión subjetiva y objetiva del trabajo
El trabajo humano tiene una
doble dimensión: objetiva y subjetiva. En sentido objetivo, es el conjunto de actividades,
recursos, instrumentos y técnicas de las que el hombre se sirve para producir,
para dominar la tierra,
según las palabras del libro del Génesis. El trabajo en sentido subjetivo, es el actuar
del hombre en cuanto ser dinámico, capaz de realizar diversas acciones que
pertenecen al proceso del trabajo y que corresponden a su vocación personal: «
El hombre debe someter la tierra, debe dominarla, porque, como “imagen de
Dios”, es una persona, es decir, un ser subjetivo capaz de obrar de manera
programada y racional, capaz de decidir acerca de sí y que tiende a realizarse
a sí mismo. Como persona,
el hombre es, pues, sujeto del trabajo.
El trabajo humano no
solamente procede de la persona, sino que está también esencialmente ordenado y
finalizado a ella. Independientemente de su contenido objetivo, el
trabajo debe estar orientado hacia el sujeto que lo realiza, porque la
finalidad del trabajo, de cualquier trabajo, es siempre el hombre. Aun cuando
no se puede ignorar la importancia del componente objetivo del trabajo desde el
punto de vista de su calidad, esta componente, sin embargo, está subordinada a
la realización del hombre, y por ello a la dimensión subjetiva, gracias a la
cual es posible afirmar que el
trabajo es para el hombre y no el hombre para el trabajo y que la finalidad del trabajo, de cualquier trabajo
realizado por el hombre aunque fuera el trabajo “más corriente”, más monótono
en la escala del modo común de valorar, e incluso el que más margina, sigue siendo
siempre el hombre mismo.
LA RELACIÓN PERSONA-SOCIEDAD
Este tipo de sociabilidad se da de forma
natural ya que esta se conecta con la sociedad.
Esto quiere nos da a entender que la parte de
sociabilidad es un factor o actitud que se da gracias al tipo de situación que
nos encontremos ante la sociedad, es como una reacción que nuestra mente nos da
al momento de querer interactuar de forma social con otra persona o frente a
una situación.
DSI. SOBRE LA REACCIÓN PERSONA-SOCIEDAD.
Este tema en la DSI.se dio Desde los primeros
documentos de León XIII. Para las Orientaciones la "relación entre la
persona y la sociedad son mutuas y necesarias. Entonces a raíz de esto Nacen
con la persona, 'por su natural tendencia a comunicar con los demás'". Entonces
son como el fundamento de toda sociedad y de sus exigencias éticas.
EL
FENÓMENO DE LAS CRECIENTES RELACIONES SOCIALES
Tienen en cuenta la naturaleza y la vocación
comunitarias del hombre, según el plan de Dios, desde el origen hasta la
consumación, pasando por el mandamiento nuevo,
Este "fenómeno, de la socialización,
que, aunque encierra algunos peligros, ofrece, sin embargo, muchas ventajas
para consolidar y desarrollar las cualidades de la persona humana y para
garantizar sus derechos".
LA
AUTORIDAD POLÍTICA
El
fundamento de la autoridad política
La Iglesia se ha confrontado
con diversas concepciones de la autoridad, teniendo siempre cuidado de defender
y proponer un modelo fundado en la naturaleza social de las personas: « En
efecto, como Dios ha creado a los hombres sociales por naturaleza y ninguna
sociedad puede conservarse sin un jefe supremo que mueva a todos y a cada uno
con un mismo impulso eficaz, encaminado al bien común, resulta necesaria en
toda sociedad humana una autoridad que la dirija; una autoridad que, como la
misma sociedad, surge y deriva de la naturaleza, y, por tanto, del mismo Dios,
que es su autor ». La autoridad política es por tanto necesaria, en razón de
las tareas que se le asignan y debe ser un componente positivo e insustituible
de la convivencia civil.
La
autoridad como fuerza moral
La autoridad debe dejarse
guiar por la ley moral: toda su dignidad deriva de ejercitarla en el ámbito del
orden moral, « que tiene a Dios como primer principio y último fin ».
El
derecho de resistencia
Reconocer que el derecho
natural funda y limita el derecho positivo significa admitir que es legítimo
resistir a la autoridad en caso de que ésta viole grave y repetidamente los
principios del derecho natural.
Infligir
las penas
Para tutelar el bien común,
la autoridad pública legítima tiene el derecho y el deber de conminar penas
proporcionadas a la gravedad de los delitos.
EL
SISTEMA DE LA DEMOCRACIA
Los
valores y la democracia
Una auténtica democracia no
es sólo el resultado de un respeto formal de las reglas, sino que es el fruto
de la aceptación convencida de los valores que inspiran los procedimientos
democráticos
La
componente moral de la representación política
Quienes tienen
responsabilidades políticas no deben olvidar o subestimar la dimensión moral de
la representación, que consiste en el compromiso de compartir el destino del
pueblo y en buscar soluciones a los problemas sociales.
Instrumentos
de participación política
Los partidos políticos
tienen la tarea de favorecer una amplia participación y el acceso de todos a
las responsabilidades públicas. Los partidos están llamados a interpretar las
aspiraciones de la sociedad civil orientándolas al bien común, ofreciendo a los
ciudadanos la posibilidad efectiva de concurrir a la formación de las opciones
políticas. Los partidos deben ser democráticos en su estructura interna,
capaces de síntesis política y con visión de futuro.
Información
y democracia
La información se encuentra
entre los principales instrumentos de participación democrática. Es impensable
la participación sin el conocimiento de los problemas de la comunidad política,
de los datos de hecho y de las varias propuestas de solución.
LA COMUNIDAD POLÍTICA
El
valor de la sociedad civil
La comunidad política se
constituye para servir a la sociedad civil, de la cual deriva. La Iglesia ha
contribuido a establecer la distinción entre comunidad política y sociedad
civil, sobre todo con su visión del hombre, entendido como ser autónomo,
relacional, abierto a la Trascendencia.
La
aplicación del principio de subsidiaridad
La comunidad política debe
regular sus relaciones con la sociedad civil según el principio de
subsidiaridad: es esencial que el crecimiento de la vida democrática comience
en el tejido social.
IGLESIA
CATÓLICA Y COMUNIDAD POLÍTICA
Autonomía
e independencia
La Iglesia y la comunidad
política, si bien se expresan ambas con estructuras organizativas visibles, son
de naturaleza diferente, tanto por su configuración como por las finalidades
que persiguen. El Concilio Vaticano II ha reafirmado solemnemente que « la
comunidad política y la Iglesia son independientes y autónomas, cada una en su
propio terreno ». La Iglesia se organiza con formas adecuadas para satisfacer
las exigencias espirituales de sus fieles, mientras que las diversas
comunidades políticas generan relaciones e instituciones al servicio de todo lo
que pertenece al bien común temporal. La autonomía e independencia de las dos
realidades se muestran claramente sobre todo en el orden de los fines.
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